LA EFEMÉRIDE – 13 DE NOVIEMBRE DE 354


De entre las efemérides que podía elegir para subrayar el día de hoy, he optado por la fecha de nacimiento de San Agustín de Hipona. El 13 de noviembre del año 354 d.C. nació en Tagaste (Imperio Romano, actual Argelia) un niño al que se bautizó como Aurelius Augustinus Hipponensis. Hijo de una familia cristiana de pequeños propietarios (su madre fue Santa Mónica) sus primeros años de estudio (Gramática, Retórica, Teatro) lo mantuvieron muy al margen del Cristianismo paterno. Volcado en la Filosofía, se centró durante años en busca de la verdad. Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna de ellas respuesta a sus inquietas preguntas.
Primero en Roma y luego en Mediolanum (Milán), nombrado Magister Rhetoricae y defensor del maniqueísmo, se convirtió al Cristianismo merced a sus discusiones con San Ambrosio y a las lecturas de Pablo de Tarso y de Plotino. Pero no sólo se debió a eso. El mismo San Agustín relata la clave de su transición a la verdadera Fe. Hallándose reflexionando en un jardín, oyó la voz de un niño de una casa vecina que decía: “Tolle, lege” (toma y lee)​. Cogió la Biblia, la abrió por las cartas de san Pablo y leyó “Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias” (Rom. 13, 13-14). Ahí se dio cuenta de dónde estaba la verdad.
Llamado Doctor de la Gracia y proclamado (uno de los 36 que lo son) Doctor de la Iglesia en 1295 por el papa Bonifacio VIII, fue el mayor pensador del Cristianismo del primer milenio y uno de los grandes genios de la Humanidad.
Un par de detalles bastan para enmarcar su grandeza. El primero se refiere a la perplejidad que le genera la noción de tiempo: ¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si debo explicarlo, ya no lo sé. El segundo es su anticipación a Descartes al sostener que la mente, mientras duda, es consciente de sí misma. Ello se expresaría así: si me engaño, existo.
Finalmente, conoceréis sin duda el relato del niño junto al mar, acerca de cuya certeza no hay datos, pero se non è vero è ben trovato. Paseaba san Agustín por la playa meditando, dando vueltas en su cabeza a doctrinas como la de la Trinidad. De pronto, al levantar la vista vio un niño jugando en la arena. Éste iba hacia el mar, llenaba el cubo de agua y volvía a vaciar el agua en un hoyo. El niño repetía una y otra vez la operación, incansable. San Agustín, curioso, se acercó al niño y le preguntó: «¿Qué haces?». El niño le respondió: «Saco el agua del mar y la pongo en este hoyo hasta acabar con aquélla». San Agustín le respondió: «¡Pero eso es imposible!». El niño le espetó: «Más difícil es que llegues a entender el misterio de la Santísima Trinidad».]]>

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