LA CARTA DE LOS MARTES – 12 DE MARZO DE 2019

Queridos amigos:

*** La efeméride: El 12 de marzo de 1938, la Wehrmacht, el ejército alemán, consumó la anexión de Austria, hecho conocido por su nombre en idioma alemán: Anschluss. Austria pasó de denominarse Österreich (un país independiente)  a Östmark (una provincia más de Alemania). La fecha es importante por cuanto a mi modo de ver confirió a Adolf Hitler la seguridad de que las potencias occidentales europeas (Francia y el Reino Unido, en lo esencial) intentarían evitar como fuese una confrontación militar con su vecino centroeuropeo, para lo cual cederían posiciones, renunciarían a principios y apaciguarían sin cuento ni límite a la bestia nacionalsocialista.

Así fue: en septiembre de 1938, para cerrar la crisis de los Sudetes (parte de Checoslovaquia), Francia y el Reino Unido claudicaron frente al Eje en los llamados Acuerdos de Munich.

Ya sabemos lo que vino después, el 1 de septiembre de 1939, tras el pacto de no agresión germano-soviético: la segunda Guerra Mundial. Apaciguar a los insaciables, es lo que tiene.

Los principales actores del suicidio anglo francés en Munich fueron sus respectivos Primeros Ministros, Arthur Neville Chamberlain y Édouard Daladier. Ambos se inclinaron ante el nazismo y ambos fueron recibidos en loor[1] de multitudes cuando volvieron a sus capitales tras realizar su ruin y penoso trabajo. Al respecto, se recuerda a menudo una frase de Winston Churchill, dirigida específicamente a esos sujetos y a los gobiernos que presidían, una vez ejecutada la ignominia: “Por evitar la guerra caísteis en el deshonor y ahora tendréis deshonor y guerra”.

De todo error se puede sacar lecciones (y casi estoy por decir que SÓLO del error se obtiene alguna enseñanza) pero no tengo tan claro que nuestros propios parásitos en el poder hayan extraído las conclusiones adecuadas. Y si no, vean cómo se comportan con los nacionalistas catalanes, con la prensa mentirosa (a la que agasajan y a la par subvencionan), con la Unión Europea, con Naciones Unidas y con los estados e instancias que expanden el Islam, por poner unos pocos ejemplos que están en la mente de todos.

***

El libro del profesor Dalmacio Negro está preparado para su presentación. En breve indicaremos fecha y lugar en el que la efectuaremos.

“La tradición de la libertad”, editada por Unión Editorial, se convertirá en un referente del análisis histórico y antropológico de la idea de libertad, consustancial a la civilización que ha sacado al mundo de la barbarie. Ahí es nada.

En estos tiempos revueltos, lo natural en los miembros de la Iglesia católica es tender a cerrar filas con nuestra jerarquía. No resulta fácil. Las razones son dos: la jerarquía se encuentra profundamente dividida y algunos de sus comportamientos son perfectamente reprochables. La consecuencia es que la división se ahonda y, en la tesitura de decidir si son galgos o podencos, cuando queramos discernir, el último estará apagando la luz y llamando a rehacer una obra de siglos venida a mucho menos. No lo digo yo, que lo decía ya hace lustros una eminencia de la intelectualidad, que por entonces era conocido sólo por su condición de Cardenal y por su nombre, Joseph Ratzinger.

Viene esto a cuento de dos acontecimientos que voy a desgranar en breves párrafos cada uno. El primero es doméstico, como dicen los norteamericanos de lo que acontece dentro de sus fronteras. Monseñor D. Carlos Osoro, Arzobispo de Madrid, ha tocado al rebato ecologista a la violeta que está tan de moda desde no hace mucho tiempo. En vísperas de la Cuaresma, D, Carlos ha tenido a bien iluminarnos con su magisterio sobre el itinerario cuaresmal recomendado.

El problema es que todo ello no deja de ser una mamarrachada patética, como se puede ver en el enlace a Infovaticana. La lectura sonroja.

Hay comentarios más crueles y no digo yo que menos adecuados. Este que ven es inmisericorde, pero bastante acertado. Menos demencia, le adjudica un sinnúmero de epítetos sonoros. Todo ello desde la fe del creyente de larga data, que incrédulo contempla la descomposición imperante.

El segundo es internacional, o si lo prefieren, universal. Hablo de la sentencia contra el Cardenal Pell, condenado en primera instancia por pederastia sobre la base de dos testimonios individuales sin pruebas, uno de los cuales se retractó antes de su muerte.

Está de moda escupir sobre la iglesia con la excusa de los casos de pederastia reales que con el paso del tiempo se ha sabido que existieron. No diré que el fenómeno de la acusación por parte de los progres en harapos intelectuales (lumpenintelektualität, por si les suena el concepto y su analogía con lumpenproletariat, pieza analítica básica del constructo marxiano) sea siempre falso, que no lo es. Ni que la jerarquía eclesiástica haya sido siempre culpable de encubrimiento, pues no fue así.

Sólo  hay un pecado de omisión que es en todo momento reprochable. Es imputable no sólo a obispos, arzobispos y cardenales, quienes por malentender el trato con el prójimo, han incurrido en un comportamiento transversal impropio de los líderes que se supone (vale, es mucho suponer) son, sino a todo ser humano a cargo de alguna responsabilidad, que por extensión somos todos. Lo refleja la sabiduría popular, que en materia de casuística social es infalible: “más vale una vez colorado que ciento amarillo”. Si a la primera oportunidad el caso de abusos se hubiera zanjado con el ejemplarizante y justo castigo pertinente, no importa su alcance, este cáncer invasivo no hubiera alcanzado las dimensiones ciclópeas que tiene. Pero la conveniencia y la mentira prevalecieron. Ahora pagamos todos por la incapacidad de los responsables, como siempre ocurre en cada institución de orden humano.

Y esto, ¿cómo ha sido y es posible? Leyendo mi blog favorito sobre estos temas, “Espada de doble filo”, he encontrado un hilo del que les participo por su claridad. En resumen, asevera que hemos pecado contra la verdad y hace mucho que perdimos el horror a la mentira. Pues va a ser que sí. Tan cierto me parece que, con que simplemente decidiéramos luchar por divulgar y defender la verdad, las tinieblas que tirios y troyanos esparcen por el mundo se disiparían en todo o en parte. ¿Tanto cuesta hacerlo?¿Tanto tememos a sus consecuencias? Qué debilidad culposa, Señor.

Mi admirado Fernando del Pino ha publicado otra pequeña (por su dimensión) obra maestra, de la que suscribo todo menos el concepto central de su tesis. El cáncer de España no son las Comunidades Autónomas (CCAA). Éstas son la metástasis, pues el verdadero cáncer son los partidos políticos desde la transición (y antes del interregno franquista, ni les cuento). El matiz es relevante. El origen del mal es la partitocracia, el gobierno de los incapaces asociados en su propio beneficio. Las CCAA son su abrevadero. Creí necesario apostillar lo que es bueno aun a riesgo de empañarlo.

*** La frase de la semana

Por cerrar con el mismo autor que ha abierto el texto tras la efemérides, la frase de hoy aparece en el libro de Dalmacio Negro del que hemos hablado, titulado como saben ‘La tradición de la libertad’. Reza así: ‘El origen está siempre presente, y es un hecho histórico indiscutible que la revelación cristiana constituye la causa eficiente, formal, material, final, incluso ejemplar, de la cultura y la civilización europeas’. Sí, ya sé, insisto acaso demasiado en esto. Ante el atronador silencio de quienes debieran recordárnoslo frecuentemente, alzo mi pequeña voz en contrapartida.

Un abrazo

José-Ramón Ferrandis Muñoz

[1] Usted, lector, puede pensar que la frase exacta es “en olor de multitudes”, pero si se fija en la razón de existir del botafumeiro, por poner un ejemplo, se percatará de que el olor de multitudes es cualquier cosa menos agradable. Por razones obvias.

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