LA CARTA DE LOS MARTES – 26 DE MAYO DE 2020

LA CARTA DE LOS MARTES – 26 DE MAYO DE 2020

Fueron muchos los bombardeos sobre Tokio, pero ninguno tan gigantesco y mortífero como el de 26 de mayo.

Carta de los martes del 19 de mayo de 2020

Queridos amigos:

El 26 de mayo de 1945, las fuerzas aéreas estadounidenses dejaron caer un enorme número de bombas sobre la capital de Japón, Tokio. No fue el primer bombardeo, puesto que el día 10 de marzo anterior hubo otro igualmente destructivo. Al cabo, más de la mitad de la ciudad quedó destruida[1]. ¿Por qué lo hicieron?¿Bastó esto para finalizar la guerra que había iniciado Japón el 7 de diciembre de 1941 con el ataque sobre Pearl Harbor?

El ejército norteamericano tenía por delante una tarea ingente. Para acabar con la resistencia de Japón estaba obligado a asaltar el archipiélago principal. Dada la resistencia suicida del ejército nipón en Iwo Jima (y después en Okinawa), las expectativas de los responsables militares estimaban en un millón de soldados norteamericanos muertos hasta la rendición del Imperio del Sol Naciente. La racionalidad subyacente pasaba por disuadir al ejército japonés vía bombardeos.

Al cabo, esa tesis resultó ser cierta, pero no fue con los bombardeos sobre Tokio sino con la bomba de hidrógeno sobre Nagasaki como el Emperador dio su brazo a torcer.

Fueron muchos los bombardeos sobre Tokio, pero ninguno tan gigantesco y mortífero como el de 26 de mayo. Se cree fue el más destructivo de la historia, exceptuados Hiroshima y Nagasaki.

El primero de todos ellos fue propagandístico: el teniente coronel James H. Doolittle, al frente de una escuadrilla de 16 bombarderos B-25 Mitchell, no podía causar daño real, sino psicológico y propagandístico: demostrar a Japón que su territorio podía ser alcanzado y que no podrían estar seguros nunca más. Fue el 18 de abril de 1942, cuando todavía se expandía el Imperio del Sol Naciente en el Pacífico. Los aviones despegaron del portaviones Hornet, a una distancia tal que no permitía su vuelta. Se perdieron todos, junto con sus tripulaciones, tanto estrellándose como aterrizando fuera de China[2], que era el lugar previsto.

Los siguientes fueron poco efectivos. Inicialmente se efectuaron desde territorio chino. Después, desde las islas Marianas del Norte. Empezaron a ser más eficaces cuando se utilizaron los Boeing B-29, a partir del 24 de noviembre de 1944, cuando 110 B-29[3] despegaron de Saipán para intentar destruir la fábrica de motores de aviación Nakajima. Sin embargo, al volar a gran altura, los aviones se vieron arrastrados por las corrientes en chorro, imposibilitando calcular la trayectoria de las bombas, de las que el 90% falló.

Tras varios fracasos semejantes, se nombró responsable al general Curtis LeMay, quien decidió efectuar bombardeos nocturnos (ello impedía la defensa por parte de los cazas japoneses) a baja altura para eludir las corrientes en chorro. Al no esperar respuesta de los cazas, los bombarderos no llevaban armas de defensa y eso permitía cargar más bombas.
El primer ataque de estas características sobre Tokio tuvo lugar el 24 de febrero de 1945, cuando 174 bombarderos B-29 lanzaron gran cantidad de bombas incendiarias, destruyendo aproximadamente 3 Km² de la ciudad. El 4 de marzo, 159 bombarderos B-29 atacaron de nuevo la capital, donde las industrias se mezclaban con las viviendas y los comercios a partes iguales. Los ataques se centraron en la zona del arsenal y las fábricas aeronavales de Nakajima y Koizumi.

La noche del 9 al 10 de marzo de 1945 se desarrolló la llamada “Operación Meetinghouse». 334 B-29 despegaron hacia Tokio y 279 de ellos consiguieron lanzar 1.665 toneladas de bombas sobre la ciudad, ​desatando un incendio que en su epicentro alcanzó los 980 °C. ​ El ataque destruyó 41 km² (aproximadamente la cuarta parte de la ciudad), dejó 267.000 edificios fuera de servicio y mató a unas 100.000 personas, ​aunque el número de bajas varía según las fuentes.

Esto lo convirtió en el ataque con el mayor número de víctimas inmediatas de la historia, incluso por encima de Hiroshima y Nagasaki (aproximadamente 80.000 y 70.000, respectivamente).

Eso no fue todo. El 26 de mayo de 1945, los aviones dejaron caer 8.250 bombas, de 250 kilos cada una, que estallaban a 150 metros de altura y proyectaban 50 bombas de 3 kg cargadas de napalm. Más de 1.235 Tm de explosivos dejaron la ciudad convertida en una antorcha. El agua de albercas y piscinas se evaporó. Sólo el cauce del río quedó en estado líquido, pero su temperatura no permitía la supervivencia. Tras este bombardeo, el porcentaje destruido de la ciudad de Tokio se elevó al 50%. El 20% de su industria quedó inutilizado.

Con todo, el ejército japonés siguió luchando. No se detuvo tampoco cuando el 6 de agosto, los E.E.U.U. detonaron la bomba atómica sobre Hiroshima. El Ejército japonés hizo creer al Emperador que sólo había una en el arsenal norteamericano. Y entonces, cuando lanzaron otra bomba (ésta, de hidrógeno) sobre Nagasaki, sólo entonces entendieron que no podían seguir luchando y aceptaron la rendición incondicional.

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El avance tecnológico de hoy es éste.

Investigadores del Instituto Niels Bohr de la Universidad de Copenhague, junto con grupos análogos en los E.E.U.U. Y el Reino Unido, han hallado la manera de conseguir que bacterias transporten cargas microscópicas con un objetivo predeterminado.

Las bacterias conforman la biomasa más amplia de la Tierra. Superan a todos las restantes formas de vida juntas. Se mueven constantemente de forma caótica. La idea en la mente de los investigadores era intentar controlar ese movimiento caótico para convertirlo en una herramienta biológica programable, para lo que utilizaron cristal líquido. Además, añadieron una carga, que era 5 veces mayor que la propia bacteria. Y funcionó.

El avance está a nivel experimental todavía. La idea es aplicarlo al sector de la medicina: que una bacteria transporte un medicamento directamente al objetivo es algo nunca visto. Pero en realidad tendría usos múltiples, pues se trata de un fenómeno completamente nuevo.
Estos resultados se han conseguido con una colaboración intercontinental que pone de relieve uno de los elementos positivos que lleva consigo la globalización. Y todavía pone más de manifiesto que los buenos investigadores, independientemente de su origen, acaban llegando a los lugares de mayor capacidad de absorción del saber, que acaban abocando a los mejores resultados. Apellidos como Lavrentovich, Aranson, Doostmohammadi y Yeomans trabajando a la par ponen de relieve que en las sociedades avanzadas no se excluye a nadie por su origen en muchos ámbitos de la vida y del trabajo.

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La noticia de hoy es un antiguo (el tiempo vuela y en relación con la pandemia por SARS-CoV-2, más aún) artículo de Juan Ramón Rallo que analiza con su característica frialdad una decisión del presidente Macron para garantizar que las mascarillas disponibles en el mercado francés llegaran a su destino con independencia de los mecanismos de mercado.

A lo largo del análisis, el autor repasa los conceptos que guían el funcionamiento de los mecanismos de mercado, aquellos que finalmente proporcionan mayor número de ventajas (el precio y la disponibilidad no son las menores) a todos.

¿Por qué intervino el presidente Macron el mercado de mascarillas? Sin duda, para contar con todo el stock a su disposición. Según el pensamiento del gobernante con poderes ejecutivos, esa intervención permitió asignar las mascarillas disponibles a quienes debían contar con ellas en cualquier caso: el personal sanitario y los pacientes.

El objetivo es correcto. Los medios son erróneos y contraproducentes. El caso es que hubo un tiempo en el que la Ilustración, el pensamiento crítico y la investigación eran predominantemente franceses. ¡Qué decaimiento!

La argumentación es impecable. Su uno quiere tener más de algo no lo puede hurtar[4], porque entonces sólo tendrá lo obtenido por esa vía y nada más. Lo inteligente es estimular la producción o por lo menos, no obstaculizar las señales que la permiten.

¿Qué pasa cuando se alteran los mecanismos de mercado? Que no se produce más porque el productor lo va a perder a cambio de nada. En esta tesitura, ¿qué hubiera podido hacer el estado francés? Ante la subida de precios que implica un aumento de la demanda por una alarma como esta, adquirir los productos que necesitaba. Ello hubiera respetado al vendedor y hubiera enviado una señal potentísima a los productores de mascarillas: si fabricáis más lo compraremos todo al precio que revista.

El resultado hubiera sido inmediato: la producción se hubiera multiplicado, el mercado hubiera estado abastecido de inmediato, los precios hubieran bajado y todo el mundo hubiera tenido mascarillas cada vez más baratas.

Pero lean; él lo cuenta mejor.

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No se me olvida la segunda parte del artículo cuyos inicios traje a la Carta la semana pasada. Es este. Ni éste ni el anterior fragmento son breves, pero poseen un enorme interés para ver que hay corrientes que corren bajo el suelo, que usualmente no vemos y que conforman nuestro destino.

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La frase de hoy es del pueblo polaco. Seguro que alguien la expresó primero, pero no consta (por lo demás, le hubiera costado muy caro) y ha quedado en el acervo popular. Estaba muy en boga en los años 70s del siglo XX, bajo la dominación soviética. Dice así: “El futuro es cierto; sólo el pasado es impredecible”.

Saludos
CDC


[1] Al final de la guerra las ciudades de Osaka y Kobe quedaron destruidas en un 57%. Tokio, Yokohama y Kawasaki en un 56%. Nagoya en un 52%.
[2] Dos tripulaciones fueron capturadas por los japoneses y una por los soviéticos, en cuyo territorio aterrizaron.
[3] Su autonomía era de 3250 millas náuticas, unos 6.000 kilómetros. Sólo pudieron ser utilizados cuando las tropas norteamericanas se hicieron con aeródromos lo suficientemente cerca del objetivo.
[4] El término no es de Rallo; confiscar es robar, pero centurias de obsecuencia con el poder llevan a no llamar a las cosas por su nombre.
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