LA CARTA DE LOS MARTES – 26 DE ENERO DE 2021

LA CARTA DE LOS MARTES – 26 DE ENERO DE 2021

Carta de los martes del 26 de enero de 2021

Queridos amigos:

El 26 de enero de 1699 se firmó el Tratado de Karlowitz (o paz de Karlowitz), en virtud del cual el Imperio otomano perdió la mayor parte de sus territorios en Europa. Su nombre procede de la ciudad serbia de Karlowitz[1] donde se firmó. El acuerdo ponía fin a las guerras libradas entre 1683 y 1697 entre la Liga Santa y el Imperio otomano.

Las principales estipulaciones del Tratado fueron cinco, a saber: uno, el Principado húngaro independiente de Transilvania dejaba de existir y era reabsorbido por el Reino húngaro; dos, el Reino de Hungría se reunificaba tras casi siglo y medio de ocupación turca; tres, los otomanos eran expulsados de los territorios húngaros, Transilvania, Croacia y Eslavonia. Cuatro, Podolia volvía a Polonia, quien además obtenía un fragmento de Ucraina, gracias a las grandes victorias de su ejército, al mando de Jan III Sobieski . Y cinco, la mayor parte de Dalmacia y el Peloponeso pasaban a integrar la República de Venecia.

Pero vayamos por partes. ¿Quién integraba la Liga Santa y desde cuándo? La Liga Santa fue sugerida por el papa Inocencio XI[2] en 1683. La compusieron inicialmente Austria (los Habsburgo), la Confederación Polaco-Lituana y la República de Venecia, a los que se unió el Principado de Moscú en 1686[3]. Rusia tomó parte en las negociaciones, pero no suscribió hasta 1702 un tratado especial por el que obtenía el reconocimiento como propio del mar de Azov, cuya fortaleza más característica fue conquistada a los turcos en 1696. Enfrente estaba el Imperio Otomano, quien tuvo que aceptar la mediación de Inglaterra y de Holanda. En el momento de la firma del Tratado, reinaba el sultán Mustafá II[4].

La alianza se creó para hacer frente al Imperio otomano y debilitarlo, con la esperanza de detener su avance en Europa. Ese avance había empezado en torno al siglo XIII, cuando atacaron los Balcanes y se enfrentaron sucesivamente con Luis I de HungríaSegismundo de Hungría y Matías Corvino. Las incursiones se incrementaron tras la Caída de Constantinopla en 1453.

En 1526 murió Luis II de Hungría en la batalla de Mohács y el Reino se dividió en tres partes: una occidental bajo control germánico, coronándose Fernando I de Habsburgo como rey húngaro; una región central bajo dominio turco, y una región oriental que posteriormente se independizó como Principado de Transilvania, gobernado por el príncipe Juan Segismundo Szapolyai.

A lo largo del siguiente siglo y medio, los germánicos y los otomanos se enfrentaron por la supremacía en los territorios húngaros y en Transilvania. Los príncipes transilvanos (protestantes), vasallos de los otomanos, pelearon contra los católicos Habsburgo. No hubo cambios en las fronteras.

En 1683, el sultán desencadenó el Asedio o Segundo Sitio[5] de Viena[6], que concluyó con la victoria cristiana[7] y la huida de los turcos hacia territorio húngaro. Con el ímpetu de la victoria, el objetivo era ya expulsar por completo a los turcos de suelo húngaro y del Principado de Transilvania.
Los ejércitos de la Liga Santa llegaron a la capital húngara, Buda[8], en 1686. Tras varios meses de asedio, expulsaron a los turcos de la ciudad y posteriormente, de casi todo el reino. En 1690 los ejércitos alcanzaron Transilvania, que fue anexionada al Sacro Imperio Romano Germánico.

Leopoldo I llamó a Viena al príncipe transilvano Miguel Apafi II, a quien primero invistió con el título de príncipe imperial germánico y después obligó a renunciar al trono de Transilvania. Con esto se consumó la reunificación del reino húngaro por parte de los Habsburgo. Para ratificar todos estos hechos se firmó el Tratado de Karlowitz.

La conclusión es clara: se iniciaba el declive del Imperio otomano en Europa y aparecía Austria como potencia dominante en Europa oriental. Un nuevo Imperio iba a aparecer, estableciendo un período de florecimiento que sólo la Primera Guerra Mundial podría truncar.

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La noticia de esta semana tiene como protagonista, otra vez, a la República Popular China, dictadura execrable que maltrata a sus ciudadanos tanto si éstos se atreven a desafiar al régimen como si no lo hacen. Todos iguales, como buenos socialistas.

La periodista china Zhang Zhan, de 37 años de edad, ha sido condenada a cuatro años de reclusión por informar de la aparición del SARS-CoV-2, más conocido por coronavirus o virus chino, en la ciudad de Wuhan. La Fiscalía china había solicitado entre cuatro y cinco años de prisión por «publicar repetidamente un gran número de informaciones falsas» y “aceptar entrevistas con medios extranjeros para exagerar maliciosamente la situación del coronavirus en Wuhan”.

La opinión de Amnistía Internacional y de Chinese Human Rights Defenders es clara y opuesta a la del régimen comunista; ninguna de ellas niega la mayor, que es acusar al Estado de persecución criminal injustificada, sino que argumentan excusas que al sistema no arañan siquiera. La primera organización se mueve en el terreno de las entelequias, en tanto la segunda entidad afina más y señala las afrentas que el régimen perpetró contra sus ciudadanos durante el confinamiento; nada que no se repita periódicamente. En cambio, Human Rights Watch sí fue al meollo del asunto. Lean y verán.

La periodista negó los cargos y durante el mes de septiembre de 2020 se declaró en huelga de hambre. Su debilidad amenaza su vida y el sistema la alimenta de manera forzada para evitar una muerte que le puede crear algún problema de imagen en el exterior.

El caso de Zhang Zhan no es único. “Otros ciudadanos que narraron la situación en que se encontraba Wuhan desaparecieron o fueron detenidos en 2020, como el empresario Fan Bing, el abogado Chen Qiushi o el joven reportero Li Zehua”. Contra toda esperanza, contra toda lógica de supervivencia, siguen apareciendo héroes en una dictadura totalitaria despiadada.

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El avance tecnológico de hoy se halla dentro de una pieza larga de Domingo Soriano, cuyo título podría hacer pensar que estamos tan sólo ante un trabajo de crítica política. No es así.

Transcribo parte del texto: “El vicepresidente segundo del Gobierno terminó el año 2020 como lo comenzó, en las redes sociales y con mensajes sobre el valor de «lo público», «la solidaridad», «lo que es de todos y todas»…

Hablar de solidaridad para explicar decisiones políticas es deliberadamente desorientador. Soriano acierta: “La solidaridad real sólo puede darse si es voluntaria. Un ejemplo clásico, los impuestos: si yo soy rico y quiero ser solidario, ayudaré a mis vecinos porque creo que es mi deber”.

Como en el caso del manifiesto comunista[9], en el que Carlos Marx ensalza los logros de la burguesía (cosa que hace reflejando la realidad, sin más) en el desarrollo de la historia de las sociedades, Pablo Iglesias Turrión, éste de manera involuntaria, acierta al decir que “disponer de varias vacunas en apenas 10-12 meses desde que se tuvieron las primeras noticias sobre la covid-19 es un logro espectacular”. Lo es, indudablemente. De las empresas farmacéuticas, claro. Y tomando el toro por los cuernos, Soriano desgrana unas cuantas lecciones de economía que es bueno repasar. Copio la primera de ellas, manteniendo no obstante la sugerencia de que lean el artículo entero, pues, como todos los de Domingo Soriano, es un manual de referencia.

“1. ¿Sólo el Estado piensa a largo plazo?: (este es) un clásico para justificar la intervención pública. El argumento es más o menos de este tipo: «Las empresas, obsesionadas por los beneficios de corto plazo, van siempre por detrás de nuestras necesidades. Sólo cuando tienen muy claro que pueden ganar dinero se arriesgan a invertir. Por eso, la investigación básica o las primeras fases de cualquier nuevo desarrollo tecnológico sólo se pueden financiar con dinero público.
2020 no ha sido un buen año para los defensores de esta teoría. En realidad, ha ocurrido exactamente lo contrario. Los gobiernos de todo el mundo reaccionaron tarde y mal (con la excepción de algunos asiáticos, como Singapur o Taiwan (por cierto, países muy pro-capitalistas y pro libre mercado). También (arrastró los pies) el Ejecutivo del que forma parte Iglesias: en el Consejo de Ministros, hasta bien entrado el mes de marzo, predominaba el sologripismo.

Mientras tanto, ¿qué hacían las compañías farmacéuticas?: invertir mucho dinero, esfuerzo y recursos humanos en la vacuna contra la covid-19. No es cierto ese relato de «los gobiernos de todo el mundo se dieron cuenta de lo grave que era la situación y encargaron a los laboratorios que se pusieran en marcha cuanto antes». Aquí y aquí pueden ver dos artículos de Nature sobre cómo ha sido esta carrera contrarreloj. Pues bien, ¡en enero de 2020!, Moderna o BioNTech ya estaban dejando de lado otros proyectos y centrándose de lleno en este nuevo coronavirus. Y se la jugaron: si hubieran tenido razón los que el 7 de marzo todavía aseguraban que esto no era más que una gripecilla, esos laboratorios hubieran perdido mucho dinero”.

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La frase de hoy la escribió George Orwell y es atemporal, lo que la convierte en de perfecta aplicación a nuestros días. “Un pueblo que elige corruptos, renegados, impostores, ladrones y traidores no es una víctima sino un cómplice”. Cuán cierto, oiga. A cualquier lado del océano.

Saludos

CDC


[1]  Sremski Karlovci en serbio transcrito; Srijemski Karlovci en croata; Karlowitz en alemán; Karlóca en húngaro y Karlofça en turco.
[2] Todos los integrantes iniciales eran católicos. Rusia, cristiana, era y es de fe ortodoxa.
[3] A diferencia de todos ellos, Luis XIV de Francia apoyó el ataque turco contra el corazón de Europa. Este ha sido un comportamiento típico del estado francés a lo largo de la historia.
[4] Mustafá II (1664/1703). Fue sultán del Imperio otomano entre 1695 y 1703, cuando abdicó en favor de su hermano Ahmed III. Quiso hacer retroceder a los austríacos y se puso personalmente al frente de sus ejércitos. Perdió todas sus batallas.
[5] O batalla de Kahlemberg, por el nombre entonces de la colina en la que se enfrentaron. Su nombre actual es Leopoldberg.
[6] Mehmed IV inició el asedio de Viena. Su comandante en jefe, el gran visir Kara Mustafá, fue decapitado después, en Belgrado, cuando la batalla se había perdido. Mehmed IV no pudo sobrevivir en el trono a la derrota de Viena y fue depuesto.
[7] Las tropas de la federación austríaca provenientes de los distintos dominios de los Habsburgo recibieron el apoyo de fuerzas de los príncipes de Baden y de Sajonia, de los señores de Turingia y de Holstein, de los Wittelsbach de Baviera y de tropas polacas y húngaras.
[8] La actual capital húngara, Budapest, se constituyó como tal el 17 de noviembre de 1873, al unificarse las ciudades de Buda y Óbuda, en la orilla oeste del Danubio, y Pest, en la orilla este.
[9] Perdóneme Carlos Marx desde su actual posición por comprarlo con semejante colosal ignorante.
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