LA CARTA DE LOS MARTES – 07 DE SEPTIEMBRE DE 2021
En nombre de Dios Todopoderoso
Carta de los martes del 7 de septiembre de 2021
Queridos amigos:
El 7 de septiembre de 1873 dimitió Nicolás Salmerón, tercer presidente del poder ejecutivo[1] de la I República española, régimen político efímero que pervivió entre el 11 de febrero de 1873 y el 29 de diciembre de1874[2].
La Primera República se enmarca en el llamado Sexenio Revolucionario o Sexenio Democrático, que comenzó con la Revolución de 1868. Su advenimiento se produjo como consecuencia de la renuncia al trono por parte de Amadeo I de Saboya[3] y su finalización dio lugar a la llamada Restauración de la Monarquía de los Borbones.
La República vivió en un período convulso, no todo él generado por su propia existencia. Se dieron tres conflictos armados simultáneos: la Tercera Guerra carlista, la sublevación cantonal y la Guerra de los Diez Años en Cuba. Además, la situación económica era mala[4] y las finanzas del Estado, peores.
El mismo 11 de febrero en que se supo de la abdicación del monarca, los federales madrileños se lanzaron a las calles reclamando la República. El gobierno se reunió, desunido. Unos[5] deseaban constituirse en gobierno provisional para consultar al país sobre la forma de gobierno; otros[6] pretendían reunir conjuntamente Congreso y Senado, en Convención, para decidir eso mismo. Y ahí empezó a barahúnda, el todos contra todos, el caos. Ruiz Zorrilla fue desautorizado por su ministro Martos[7]. Contra la opinión de Ruiz Zorrilla, el republicano Estanislao Figueras presentó una moción para que las Cortes se declararan en sesión permanente.
Los jefes de distrito republicanos amenazaron al Congreso: si no proclamaban la República antes de las tres de la tarde, iniciarían una insurrección. Los republicanos de Barcelona lo corroboraron. Martos maniobró para convertir a las dos cámaras de las Cortes en Convención, asumiendo los poderes del Estado. Tras una moción victoriosa, se aprobó la República como forma de gobierno y se eligió un Ejecutivo subordinado. Fue entonces cuando el republicano Emilio Castelar espetó una de sus celebradas ocurrencias[8]. Al poco, se nombró presidente del Poder Ejecutivo al republicano federal Estanislao Figueras[9]. Cristino Martos fue elegido presidente de la Asamblea Nacional.
Figueras lidió con todos los problemas que sabemos existían, además de con huelgas, marchas, ocupaciones de tierras y desórdenes creados por los propios republicanos federales, que entendieron la proclamación de la República como una revolución y actuaron en consecuencia. Por todo ello y debido al bloqueo parlamentario, tras trece días de haberse formado el nuevo gobierno, Figueras presentó la dimisión. Cristino Martos intentó un golpe de Estado para desalojar del gobierno a los republicanos federales. Figueras nombró un segundo gobierno el 8 de marzo. Martos intentó un nuevo golpe de Estado con el mismo objetivo. Tampoco lo logró y dimitió dos días después. El 9 de marzo, la Diputación de Barcelona, controlada por republicanos federales “intransigentes”, volvía a intentar proclamar el Estado catalán. Desistieron tras los avisos de Pi y Margall. El propio Estanislao Figueras[10] se desplazó a Barcelona para remachar la recomendación. Los radicales intentaron un tercer golpe de estado el 23 de abril, sin éxito.
Las elecciones a Cortes Constituyentes tuvieron lugar entre el 10 y el 13 de mayo de 1873[11]. El 8 de junio se proclamó la República Federal. El 10 de junio Figueras dejó su dimisión en su despacho, se fue a dar un paseo y tomó el tren a París. Hasta aquí había llegado[12].
Tras algaradas en torno a Congreso inducidas por los “intransigentes” y la toma del Ministerio de la Guerra por el General Contreras, Castelar y Salmerón propusieron a Pi y Margall como presidente del Poder Ejecutivo. De inmediato se topó con la oposición de los “intransigentes”, cuyas exigencias no se veían reflejadas en el programa de gobierno.
El 30 de junio Pi y Margall pidió a las Cortes facultades extraordinarias para acabar con la guerra carlista. Los “intransigentes” se opusieron porque la entendían como una manifestación de tiranía. Tras ello, abandonaron las Cortes el 1 de julio y reclamaron la creación de cantones. En la mayoría de ellos se formaron juntas revolucionarias. A los pocos días, la revuelta era un hecho en muchas localidades de Andalucía, Valencia y Murcia, lo que supuso sangrientos desmanes de todo tipo bajo una huelga revolucionaria.
El gobierno de Pi y Margall se vio desbordado por la rebelión cantonal y por la guerra carlista, muy favorable para los alzados en Vascongadas, Navarra y Cataluña. Tampoco pudo detener la rebelión cantonal. El sector “moderado” le retiró su apoyo el 17 de julio y propuso para sustituirlo a Nicolás Salmerón. Al día siguiente Pi y Margall dimitió, tras 37 días de mandato[13].
Nicolás Salmerón era un federalista moderado, que buscaba entenderse con los conservadores y discurrir despacio hacia la república federal. Por lo tanto, se produjo una inmediata intensificación del cantonalismo. El mismo día del nombramiento de Salmerón se formaron en Madrid un Comité de Salud Pública y una Comisión de Guerra para reforzar el federalismo cantonal.
Salmerón tomó medidas: movilizó a los reservistas, incrementó el número de guardias civiles en 30.000 hombres y declaró que los barcos robados por los cartageneros eran piratas. Acabó con los cantones, excepto el de Cartagena, que resistió hasta enero de 1874.
Ante la indisciplina de las tropas, los generales pidieron el restablecimiento completo de las Ordenanzas militares, incluida la pena de muerte. Se aprobaron en las Cortes, con la oposición de Salmerón. El 5 de septiembre se le presentó a la firma la aplicación de la sentencia de muerte para ocho soldados que se habían pasado a los carlistas, Nicolás Salmerón presentó su renuncia a la presidencia del Poder Ejecutivo. No firmó.
Al día siguiente, 7 de septiembre, se eligió como sucesor a Castelar. Las Cortes quedaron suspendidas desde el 20 de septiembre de 1873 hasta el 2 de enero de 1874. Castelar gobernó mediante decretos[14]. Hasta que llegó el general Pavía.
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La noticia de esta semana bien podría ser el séptimo engendro entregado por el IPCC en su ya largo empeño por convencernos de que tenemos la culpa de nada en realidad, pero como la charada continuará y la salida estrepitosa de las tropas norteamericanas de Afganistán perderá predicamento en breve, vamos con esta última.
Como sin duda conocen, la casi completa desaparición del ejército norteamericano de territorio afgano se ha visto seguida por una carrera sin obstáculos de los terroristas taliban para hacerse con el territorio dejado vacío por los EEUU. Tal ha sido la premura que en pocos días han ocupado todo el espacio físico con la excepción inicial del aeropuerto de Kabul, desde donde un puente aéreo organizado deprisa intentó extraer del país – y de una muerte segura a manos de los brutales islamistas en el poder – a personas de diversa condición.
Los hechos son conocidos. Los comentarios abundan. Todos coinciden en el penoso ejercicio realizado por el tardopresidente Joe Biden[15], por completo incapacitado en la práctica para entender lo que hace y dice, y sus edecanes, impertérritos mientras cobran. Muchos analizan los hechos con la perspectiva de Saigón y dicen cerrar un ciclo que comenzó en 1873, cuando precisamente los EE. UU. desbancaron al Reino Unido en la primacía mundial. Hasta ahora, dícese.
De las muchas piezas que he leído, dos han reclamado mi atención por encima de todas y permitido que se las recomiende. Por orden cronológico, una es de Emilio Capmany y otra de José García Domínguez. El primero pone las cosas en perspectiva de una manera elegante y metódica, sin alharacas. Se trata de un brillante ejercicio de disección, realista y pragmático. Es este que pueden leer a continuación:
Afganistán no es una derrota – Emilio Campmany – Libertad Digital .
El segundo simplemente da en el clavo, siendo de los pocos que se atreve a decir lo que es obvio: el problema es el islam:
El verdadero problema es el islam – José García Domínguez – Libertad Digital
Esta frase es el núcleo fundamental: “Porque el genuino problema, la verdadera amenaza para los derechos y la dignidad de millones de personas, tanto hombres como mujeres, procede no de los toscos rupestres con el kalashnikov al hombro y sus chilabas raídas que hoy se enseñorean de todos los informativos de televisión del mundo, sino del muy respetable y respetado –por los multiculturalistas– islam como tal”. Pues sí, en efecto.
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El avance tecnológico de hoy se refiere a los efectos del accidente de Chernobyl. El reactor número 4 la central atómica reventó como consecuencia de ejercicios de chequeo de límites de resistencia ordenados por el partido comunista de la URSS. El accidente subsiguiente fue terrible. De todas las consecuencias que de él se derivaron, parece haber algo no negativo que se daba por sentado lo sería. Por decirlo rápido (el artículo está precisamente para detallar), de los dos efectos que la radioactividad eyectada a la atmósfera tendría sobre la población afectada, uno se ha revelado inexistente. Las generaciones sucesivas de las personas que quedaron expuestas a la nube radioactiva no desarrollan malformaciones. Es un buen artículo, que pretende ser entendido a la primera más que entrar en tecnicismos.
“Y seréis aborrecidos por todos por causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo”.
Cordiales saludos
José-Ramón Ferrandis
Director CDC