LA CARTA DE LOS MARTES – 05 de OCTUBRE DE 2021
Carta de los martes del 5 de octubre de 2021
Queridos amigos:
El 5 de octubre de 1934 comenzó el primer golpe de Estado socialista (es decir, del Partido Socialista Obrero Español) en España. Ese intento de golpe de Estado es conocido como la Revolución de Asturias o la Revolución de octubre de 1934, en la que, finalmente, revolucionarios armados se enfrentaron a las Fuerzas Armadas.
La situación en España, durante toda la II República, era compleja. Los partidos conservadores habían ganado las elecciones de 1933[1]. Los partidos de izquierdas no aceptaban la situación y estaban dispuestos a realizar cualquier operación[2] con tal de desalojar del poder a los vencedores de las elecciones.
Una de esas operaciones era la denominada Huelga General Revolucionaria, que, de tener éxito, descabalgaría al gobierno. No lo tuvo, salvo en Asturias[3], por varias razones; la primera, porque allí, la CNT se sumó al PSOE (encabezado por la Federación Socialista Asturiana), la UGT y el PCE. La segunda, porque la organización estaba fogueada por una serie de huelgas generales desatadas durante 1934, en abierto desafío a las órdenes de la dirección nacional socialista. La tercera, porque los insurrectos contaban con abundante armamento y explosivos, en parte robados de las fábricas de armamento de Oviedo y Trubia, en parte comprado por dirigentes del PSOE y cargados en el buque Turquesa, quien los descargó en alta mar el 11 de septiembre de 1934, en parte procedentes de Éibar; casi todas las armas tenían su origen en la fábrica de Toledo. La cuarta porque la asonada disponía de 3.000 hombres[4] bien entrenados, dispuestos al combate armado. La quinta, porque contaban con cobertura mediática, constituida por la publicación socialista Avance, que se convirtió en el altavoz del golpe.
¿Cuáles son los antecedentes de esta iniciativa socialista? Uno, que las llamadas fuerzas de progreso consideraban que la República era suya, de los revolucionarios, de las personas[5] de izquierda. La derecha, los conservadores, los tradicionalistas, si acaso podían participar en las elecciones, pero poco más; de ahí que la entrada de la CEDA en el gobierno fuera considerada inaceptable, precisamente desde esa perspectiva patrimonial y sectaria; de ahí que se alzaran contra esa misma República que ya no era tan suya como deseaban. Y dos, que la revolución de octubre en Rusia era el faro que iluminaba las actuaciones de todos los partidos de izquierda[6], cuyo deseo era mimetizar lo acontecido en la ya entonces URSS. De ahí que el objetivo de los golpistas fuera instaurar un régimen socialista en aquellos lugares del Principado donde había mayoría socialista, comunista o anarquista[7].
La Huelga General fue declarada por Francisco Largo Caballero[8], quien controlaba el PSOE, las Juventudes Socialistas y también la UGT. La Federación Regional de la CNT asturiana, contra la voluntad de la confederal, firmó un acuerdo de “realizar una acción mancomunada de todos los sectores obreros con el exclusivo objeto de promover y llevar a efecto la revolución social[9]”. A mediados de septiembre de 1934 se sumó a la insurrección el Partido Comunista de España, en uno de sus giros estratégicos característicos.
En las primeras horas del día 5 de octubre se desencadenó la intentona. El éxito acompañó a los sublevados de inmediato en la cuenca minera, con centros en Mieres y en Sama de Langreo. A ello cabe añadir una victoria en La Manzaneda (cerca de Oviedo) sobre un batallón de infantería y una sección de Guardias de Asalto. En Oviedo, el ejército y la guardia civil resistieron en cuarteles y puntos neurálgicos de la ciudad. Sin embargo, los sublevados fueron rindiendo todos ellos, salvo dos cuarteles, entre los días 6 y 9. En Gijón, el estallido apenas se apreció. En el resto de Asturias hubo alzamientos en Avilés[10], Trubia, Grado y Pola de Siero, lo que supuso que el día 9, gran parte de la provincia se encontrara insubordinada y tuviera 30.000 hombres en disposición de guerrear.
Las consecuencias fueron inmediatas: detenciones arbitrarias, encarcelamientos, asesinatos[11], saqueos, pillaje, brutalidad y venganzas largamente embalsadas, eufemísticamente tratadas de “justicia revolucionaria” por los rebeldes. Los crímenes más conocidos fueron los asesinatos de 37 sacerdotes[12], simplemente por el hecho de serlo (había orden de detenerlos a todos).
Las bajas fueron enormes. Constan documentados “1.375 muertos y 2.945 heridos, de los cuales correspondieron a la fuerza pública 331 muertos y 870 heridos, a los que añadir miles de prisioneros”[13].
No sólo hubo crímenes de sangre. El Comité Revolucionario Provincial decidió requisar 9 millones de pesetas[14] que se encontraban depositados en el Banco de España de la capital provincial[15]. Oviedo quedó[16] destruida. En toda Asturias se contabilizaron 935 edificios destrozados (de los que 58 eran iglesias); 66 líneas de ferrocarril cortadas; 58 puentes volados y 31 carreteras bloqueadas. Los sublevados entregaron finalmente 89.354 armas largas, 33.211 pistolas, 41 cañones, 10.824 kilos de dinamita, 31.345 bombas, 50.585 cartuchos de dinamita y 335.874 municiones.
Estas fueron las consecuencias del intento socialista de desencadenar la guerra civil en España.
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La noticia de esta semana nos lleva, en un ejercicio muy interesante, al pasado y al futuro a la vez. En el pasado radican la estructura social y los códigos de comportamiento de los amish; en el futuro nos sitúan ciertas proyecciones demográficas relativas al crecimiento de la población de los creyentes cristianos.
Mientras los amish crecen fuertemente, los restantes cristianos norteamericanos desaparecen vertiginosamente. Luteranos, presbiterianos, episcopalianos, baptistas, metodistas y católicos[17] ven clarear sus filas ininterrumpidamente y su final por consunción es cuestión de pocos lustros.
Los amish, por el contrario, no dejan de crecer. Transcribo una frase del texto: “A menos que algo cambie drásticamente en su cultura, se prevé que este crecimiento continúe. Un demógrafo, Lyman Stone, demostró que a su actual ritmo de crecimiento fácilmente pueden constituir la mayoría de los Estados Unidos dentro de 200 años. Esto significa que el momento actual puede marcar el punto medio entre su llegada como un pequeño grupo de amigos y su herencia de la nación más poderosa del planeta. Pueden parecer un remanente del pasado, pero en realidad, es casi seguro que desempeñarán un papel importante en el futuro”.
¿Por qué? “¿Por qué los amish están experimentando tal crecimiento mientras prácticamente todos los demás grupos cristianos están viendo caer sus cifras o, en el mejor de los casos, se han estancado?” Las respuestas son muy interesantes.
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El avance tecnológico de hoy está resumido en este artículo, cuyo título es “Oklo tiene un plan para construir (muy) pequeños reactores nucleares que se alimentan de residuos nucleares”. Suena bien. Y es muy prometedor. Lo cierto es que Oklo es una start-up de 22 personas y lo que tiene en cartera son proyectos que, con suerte, se materializarán en algunos años. Pero la idea de alimentar al reactor con residuos de otras plantas nucleares es rompedora[18] (aunque ya estén operativas algunas plantas y la tecnología tenga 70 años) y las dimensiones, los bajos costes constructivos y la posibilidad de situar las plantas junto a los puntos de consumo añaden interés.
Estupideces calentológicas aparte, el articulo bien vale la pena. Queda un punto de discordia, que los expertos rechazan, como es el planteamiento de Oklo de hacer funcionar las plantas sin personal ni protección armada.
Oklo no está sola en la carrera para construir y operar microrreactores, lo que es una garantía de éxito para alguna de las empresas contendientes. Lo nuclear es una buena noticia.
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La frase de hoy fue pronunciada por Indalecio Prieto el 29 de noviembre de 1933, diez días después de la victoria de la CEDA en las elecciones generales. “Si alguien quiere entregar el poder a las fuerzas reaccionarias, el pueblo español estará en el deber de levantarse revolucionariamente”. El PSOE tardó menos de un año en ejecutar esa instigación.
Cordiales saludos.
José-Ramón Ferrandis
Director
CDC