FALTA DOCTRINA

FALTA DOCTRINA

Artículo de Gabriel Le Senne

Poca gente hoy en España conoce ya en profundidad el catolicismo. Arcadi Espada, por ejemplo, se permitía criticar recientemente la reacción de los padres de la niña que falleció a consecuencia del atropello accidental en un colegio de Madrid. Estos padres, buenos católicos, perdonaron a la conductora y se abandonaron en brazos de Dios, afirmando con San Pablo que “todo coopera para el bien de quienes aman a Dios”. O sea, que todo, incluso algo así, es para bien.

Arcadi, criticando lo que no comprende, se preguntaba qué Dios es éste que exige la sangre de niños. El bueno de Arcadi, como estricto materialista ateo, sólo contempla esta vida terrenal. Pero para criticar, no está de más intentar entender antes lo que se critica: si Dios existe, esta vida no es más que una etapa. Para Dios, la niña vive, “porque no es Dios de muertos, sino de vivos”. A Dios le interesan las almas, y procura que cada alma se salve aborreciendo el mal y abriéndose al amor de Dios, a la caridad. Respetando siempre nuestro libre albedrío, que es la causa por la que inevitablemente entró el mal en la Creación. Y como era inevitable, Dios lo permitió, usándolo, eso sí, para obtener un bien mayor.

Por ejemplo, la crucifixión de Cristo es sin duda un mal. Sin embargo, el sacrificio del Verbo produce un bien inconmensurable a lo largo de la historia. La muerte de esta niña es en principio un mal, pero el ejemplo de sus padres puede producir mucho bien. Incluso para sus padres y para la conductora, el dolor puede servir de acicate para acercarlos a Dios, como explicó C.S. Lewis. Pero es difícil que Arcadi pueda entender todo esto. El primer requisito es querer.

Otro ejemplo: un amigo -con formación cristiana, supuestamente- se extrañaba ante los Mandamientos: si Dios nos crea libres, ¿por qué los Mandamientos? Y encima, el más importante es que le amemos. Menudo egoísta. Se le escapaba que los Mandamientos no son por el bien de Dios, sino por el nuestro propio. Más que mandamientos, podrían llamarse consejos. Hay que considerar, sobre todo con el Antiguo Testamento, que el lenguaje de las Escrituras ha tenido que servir para iluminar a hombres durante milenios; hombres primitivos, de lenguaje claro, ajenos a nuestras sutilezas. Órdenes, guerras, y esas cosas.

A Dios no le añade nada que le amemos. Es a nosotros a quienes nos beneficia amarle. Igualmente, el resto de mandamientos son por nuestro bien. En este sentido, la evolución social puede ser una buena prueba de ello. El Antiguo Testamento está lleno de ejemplos en que cuando el pueblo israelita es fiel a Dios le va bien, mientras que cuando se aparta de Él, no tardan en llegar las desgracias. Y no porque Dios lo provoque, como parecería deducirse de una lectura superficial, como a menudo ocurre cuando uno decide leer por su cuenta, sin consultar las dudas con la sabiduría acumulada por la Iglesia durante siglos de estudio. Es por la propia naturaleza de las cosas.

Llevando el argumento a nuestro mundo actual, que vive a menudo de espaldas a Dios, hasta el extremo de olvidar el matrimonio, la natalidad, de volcarse en la pornografía, la promiscuidad… Vemos cómo la natalidad se desploma, de forma que la constante vulneración de las normas de moralidad sexual, para muchos de escasa importancia, traen consecuencias inmediatas. Tan inmediatas, que en el curso del medio siglo transcurrido desde 1968, pongamos, la sociedad occidental se enfrenta a una gravísima crisis demográfica.

De todo esto se deduce la necesidad imperiosa de dar doctrina, tanto a propios como extraños, y estudiar en profundidad las cosas antes de lanzarse a pontificar. Sin olvidar la doctrina económica, porque también en economía, las apariencias engañan, y las recetas que pretenden ayudar a los pobres a menudo producen el efecto contrario.

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