CINE Y LITERATURA por LEÓN GÓMEZ RIVAS – JUNIO 2022

Estamos celebrando en Madrid la Feria del Libro, donde han presentado novelas y poemas algunos buenos amigos; y me acordaba de una anterior sobre la que otro me había preguntado alguna opinión. Les diré que todavía no he podido responderle… pero me ha tenido unos cuantos meses dándole vueltas a estas ideas que ahora escribo.
Vaya por delante que no soy entendido en ambas profesiones, y desde luego mi acercamiento es el de un aficionado. Sin embargo, tengo un fuerte convencimiento sobre algún punto que me parece correcto o no en ese mundo artístico. Por ejemplo, la excesiva y muy extendida complacencia en lo que se suelen llamar escenas explícitas de sexo. Ya me disculparán por el cierto aire de moralina que desprenden estas líneas: nos hemos acostumbrado a una sobrexposición de la vida y relaciones íntimas de las personas, contra lo que quiero protestar.
Imagino que a muchos de Uds. les ocurrirá lo mismo. Yo me siento muy incómodo ante esas narraciones o escenas tórridas; sobre todo si se trata de una película que disfrutamos en familia o con amigos. Y no entiendo de ninguna manera la necesidad de incorporarlas, como se decía en la España posfranquista, como una ‘exigencia del guion’. Parece que directores y productores de cine, o editores de libros, lo consideran como un elemento más del marketing. También que actores, actrices y escritores lo asumen con bastante naturalidad; algunos con verdadero entusiasmo. Lo encuentro muy lamentable.
Yo no soy tampoco un experto en antropología, para hablarles del sentido del pudor y la modestia en el proceso humanizador de la especie homo. O historiador de la ética, que pueda relacionar el declive de las civilizaciones a partir de una degeneración moral. Ni un filósofo estético, que sabe distinguir la belleza del cuerpo humano de la perversión pornográfica. Pero el sentido común, que seguramente comparto con ustedes, me avisa de encontrarnos ante una falsa victoria del relativismo. No todas las opciones de comportamiento personal son aceptables; particularmente en este campo de las relaciones sexuales o -escribía sobre ello aquí mismo- la ideología de género. Parece que hablar de virtud moral es contrario al progresismo de moda.
Escribía el nombre de Franco y la Transición (de moda en estos tiempos), que me trae a la memoria bastantes nombres de actores que ya eran famosos en esa España de los 60’ y 70’ (años de luces y sombras, como suele ocurrir cualquier país). Ellos y ellas -me comentaba alguien hace poco- se presentan ahora como sesudos intelectuales; cuando hace cuarenta años desfilaban en calzoncillos por el plató. Es también un misterio para mí comprender por qué tantos buenos artistas (a pesar de todo, algunos han sido excelentes actores, escritores, compositores o cantantes), carecen de ese sencillo respeto hacia la intimidad -personal y ajena-. Sospecho que pueda estar unido a haber abrazado falsas ideologías sobre el progreso, la convivencia social o el sentido trascendente de la vida.
Quiero insistir en el cine español como particularmente agresivo en este aspecto. Hace ya muchos años que no voy a una Sala para ver películas nacionales (lo escribo con pena y alguna sensación de traicionar un negocio patrio). Pero es que verdaderamente salgo indignado por tantas innecesarias escenas o conversaciones desagradables que, quieras o no, tienes que tragarte. Con el agravante de una calificación moral incomprensiblemente laxa: ya sé que eso de los viejos ‘rombos’ siempre resulta una valoración subjetiva… No hace falta que una película española sea +18 para desconfiar de ir a verla con tus hijos. Aquí también se podría hablar largo y tendido sobre la tendencia al puritanismo o la manga ancha según qué cosas (violencia, sexo, tabaco, lenguaje, terror) se quieran juzgar. Ese empeño por exaltar las relaciones prematrimoniales, ocasionales, o fuera de la pareja, finalmente ha deteriorado una institución tan importante como es la familia.
Voy a terminar estas reflexiones con un epílogo bastante intuitivo, que necesitaría de una argumentación más sólida y de alguna contrastación empírica: a ver qué les parece. Mi sensación es que nos encontramos ante una sociedad esquizofrénica en sus creencias y sus objetivos. Pretendemos una educación libre de normas, tabúes o compromisos morales, y nos escandalizamos cuando crecen los comportamientos delictivos. Sé que no hay una relación directa de causa-efecto entre la proliferación de la pornografía en internet, o esa temprana ‘estimulación’ erótica en los colegios, con las violaciones en grupo. Pero, sensu contrario, son opciones que para nada facilitan la madurez personal y el ejercicio responsable de las relaciones sexuales.
Observo con esperanza el impulso por transmitir una visión cristiana en muchos entornos de nuestra sociedad. Animo a llevar este mensaje al mundo del espectáculo: ¿es posible encontrar un buen cine, una buena música, una buena literatura que no ofenda nuestras creencias o valores?
León Gómez Rivas
Junio 2022