9-N, DÍA MUNDIAL DE LA LIBERTAD. LA CIVILIZACIÓN LIBERAL, FRENTE A SUS ENEMIGOS

9-N, DÍA MUNDIAL DE LA LIBERTAD. LA CIVILIZACIÓN LIBERAL, FRENTE A SUS ENEMIGOS

DIEGO SÁNCHEZ DE LA CRUZ

De todos los totalitarismos que ha sufrido la humanidad, ninguno ha sido tan devastador como el comunismo. Bajo su bandera se han producido más de 100 millones de muertes, en el marco de una total y absoluta subyugación y opresión que anula cualquier resquicio de autonomía, creatividad, libertad y espíritu personal.

Cada año, el 9 de Noviembre se celebra el Día Mundial de la Libertad. Esta tradición fue instaurada por George W. Bush cuando se cumplían doce años de la caída del Muro de Berlín. Desde entonces, sus sucesores en el cargo, Barack Obama y Donald J. Trump, han mantenido en pie ese más que merecido recuerdo a las víctimas del comunismo.

En suelo europeo, el 9-N ha sido reivindicado por diversas organizaciones de la sociedad civil que enarbolan la defensa de la libertad y la dignidad humana frente a la opresión comunista. Es el caso del Centro Diego de Covarrubias, que hoy mismo, día 8 de noviembre, celebra su cumbre anual con la proyección de un impactante documental en el que el sociólogo, historiador, escritor y empresario alemán Rainer Zitelmann explora con detalle cómo era la vida al otro lado del Telón de Acero. El acto servirá, además, para reconocer la trayectoria política de Esperanza Aguirre, premiada con la Medalla de Honor del CDC por su encomiable gestión liberalizadora en la Comunidad de Madrid.

Siempre habrá quienes prefieran mirar hacia otro lado y obviar los horrores que ha provocado el comunismo. Sin embargo, en pleno siglo XXI seguimos viendo cómo millones de personas sufren las consecuencias de una nefasta ideología cuya puesta en práctica solo ha tenido como resultado hambre, destrucción y muerte. De China a Venezuela, de Corea del Norte a Cuba, las ideas comunistas siguen haciendo mucho daño. Y, no lo olvidemos, en el gobierno de España se sienta un partido como Podemos, que se declara continuador de tal macabra tradición política.

El brutal experimento de partición que sufrió Alemania en la segunda mitad del siglo XX es, probablemente, la mejor prueba del devastador impacto del comunismo. Al Este del país, las expropiaciones y nacionalizaciones fueron una constante desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Con la excusa de la “lucha contra el fascismo”, solo hicieron falta diez años para que el 80% de la producción empresarial pasase a estar controlada por el Estado. En la misma línea iba la política fiscal, con impuestos que llegaban al 80%.

El desastre económico no tardó en hacerse notar. Ya en 1950, los niveles de consumo por habitante eran entre un 25% y un 50% más bajos de los que se encontraban en la mitad democrática y capitalista del país teutón. Como es lógico, todos los que pudieron hacer las maletas optaron por emigrar. Más de 4.000 empresas trasladaron su sede a la Alemania Occidental durante la primera década de gobierno comunista. El éxodo fue igual de intenso entre los trabajadores, con un promedio de casi 40.000 exilios mensuales. El 17 de junio de 1953, cientos de miles de personas salieron a las calles a protestar contra el régimen comunista, pero los tanques y los disparos sofocaron la revuelta y dejaron un reguero de cadáveres.

La salida de empresarios y trabajadores no solo no provocó ninguna rectificación, sino que fue empleada como excusa para redoblar la presión sobre una población a la que se trataba bajo la lógica de servidumbre que se deriva de un credo como el comunista. Así, se llegaron a emitir miles de sentencias judiciales contra los agricultores que incumplieron los objetivos de producción fijados en absurdos documentos de planificación económica que no podían estar más lejos de la cruda realidad de un mercado arruinado. La persecución legal pretendía amedrentar a las gentes del campo, pero solo contribuyó a animar nuevas revueltas y a incentivar un nuevo repunte en el número de personas que hacían las maletas para dar el salto a la Alemania Occidental.

A comienzos de 1961 empezaron a correr rumores de que el régimen estaba tan desesperado que se estaba planteando construir un gran Muro. Desde 1949 hasta entonces habían salido del país más de 2,7 millones de personas. La partición de la nación germana no era más que el reconocimiento implícito de la derrota del comunismo. Ante la constatación del desastre, solo quedaba redoblar el control y la opresión. Entre agosto y noviembre se fue conformando la pared que partió Europa en dos, acompañada por supuesto de los puestos de control desde los cuales se ametrallaba a todos los que osasen cruzar las barricadas en busca de la libertad. Desde entonces, y hasta 1989, la historia de Alemania del Este corre en paralelo a la de toda la Unión Soviética, describiendo la lenta agonía de un modelo político y económico que solo tuvo éxito a la hora de sembrar desesperanza.

Pero, lamentablemente, en Occidente faltó visión y liderazgo político y sobraron complejos. No fue hasta la década de 1980 cuando la confluencia de tres líderes históricos como Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher precipitó la caída del modelo soviético y condujo a la liberación de cientos de millones de personas que vivían bajo el yugo del comunismo. La caída del Muro de Berlín, ocurrida hace ahora 33 años, simboliza la culminación de esa lucha y sirve como parteaguas histórico, poniendo punto y final a la Guerra Fría y evidenciando la superioridad del modelo liberal.

Desde entonces, los enemigos de la libertad han abanderado un discurso en el que cabe todo lo que esté a la contra. El pensamiento nihilista y antisistema se funde así con todo tipo de corrientes desestabilizadoras, que van desde el ecologismo trasnochado al progresismo woke, pasando por el multiculturalismo tramposo y el anticapitalismo cerril. Frente a esas nuevas formas de limitar nuestra libertad, debemos alzar la bandera de los principios que nos han hecho grandes. Precisamente ahora que Occidente revela sus debilidades, tenemos que reivindicar los valores que fortalecieron a nuestras naciones y nos condujeron a niveles nunca imaginados de libertad, prosperidad y dignidad.

Cada 9 de Noviembre tenemos una oportunidad de oro para redoblar nuestro compromiso en estos frentes. El Día Mundial de la Libertad constituye, pues, una fecha esencial en la batalla por nuestra civilización. Nos vemos esta tarde en el Centro Riojano de Madrid.

 

Diego Sánchez de La Cruz es analista económico y director de Foro Regulación Inteligente.

08 Nov 2022

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información sobre protección de datos:

  • Responsable: CENTRO DIEGO DE COVARRUBIAS
  • Fin del tratamiento: Controlar el spam, gestión de comentarios
  • Legitimación: Tu consentimiento
  • Comunicación de los datos: No se comunicarán los datos a terceros salvo por obligación legal.
  • Derechos: Acceso, rectificación, portabilidad, olvido.
  • Contacto: info@centrocovarrubias.org.
  • Información adicional: Más información en nuestra política de privacidad.