EL SEMANAL DEL COVARRUBIAS – 14 DE MARZO DE 2023 – SISTEMA INFLACIONARIO DE PLANIFICACIÓN CENTRAL

EL SEMANAL DEL COVARRUBIAS – 14 DE MARZO DE 2023 – SISTEMA INFLACIONARIO DE PLANIFICACIÓN CENTRAL

– POR GABRIEL LE SENNE –

El liberal piensa que los individuos, buscando libremente su propio interés, crean un orden espontáneo que conduce a los mejores resultados posibles. Simplemente necesitan un entorno adecuado en el que poder trabajar con tranquilidad.

Y este entorno es el que se debe propiciar, en la esfera pública, mediante el Derecho, la justicia y las fuerzas del orden. Y en la esfera personal, enfatizando los valores o virtudes correspondientes: responsabilidad, amor al trabajo bien hecho, honestidad, respeto, etcétera.

El socialista, en cambio, tiene la fatal arrogancia de pensar que un solo individuo o un conjunto de ellos son capaces de diseñar e imponer un orden social con mejores resultados. Pensadores como Mises, Hayek o Huerta de Soto han demostrado que esto es imposible, pues las personas en su interacción generan un volumen de información a través del sistema de precios y el cálculo económico que ninguna persona ni comité puede igualar. Además, los valores o virtudes que el comité escoge e impone no coadyuvan al orden social y el bien común, sino todo lo contrario: el igualitarismo socialista —«de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad»— termina con los incentivos al esfuerzo y, como vamos viendo, hasta con la familia y el relevo generacional.

El sistema en que vivimos es un híbrido entre las dos tendencias explicadas, en el que —desgraciadamente, en mi opinión— ha ido ganando peso el socialismo: el sector público ha incrementado constantemente su tamaño, mientras el sector privado se ha visto cada vez más asfixiado por una ‘exuberancia’ —evito un término más ofensivo— normativa que se ha convertido en una pesadilla para los juristas con algo de sentido común. Este sistema es ya más un ‘capitalismo de Estado’ que otra cosa, dirigido por las corporaciones internacionales en comandita con —o por encima de; existe disparidad de opiniones—los líderes políticos.

Entre las intervenciones más decisivas de este sistema de planificación central, deberíamos situar lo que podría denominarse el ‘sistema de planificación monetaria’: los ‘bancos centrales’ que desde que Nixon abandonó definitivamente el anclaje del dólar con el oro, hace ya más de 50 años, manipulan los tipos de interés, es decir, el precio y la ‘cantidad’ de dinero en la economía, provocando o al menos exacerbando la inflación y los ciclos económicos de euforia y depresión que se han vuelto tan familiares.

Por ello no me parece temerario afirmar que el sistema financiero internacional se asienta sobre una monumental estafa. A partir de ella es posible manipular la economía, asegurando una fuente de riqueza inacabable para quienes conocen y controlan esas decisiones. Todo de forma perfectamente legal y desconocida para el gran público.

Asistimos estos días a la pantomima de esos bancos centrales, que consideran si continuar incrementando los tipos de interés para ‘combatir la inflación’. Pero resulta que esa inflación la han provocado ellos mismos, al mantener los tipos de interés al 0% durante años, cosa que es una aberración: ¡prestar dinero gratis! ¿En qué cabeza cabe? También, al inyectar billones de euros y dólares en la economía —a préstamo y a través de la administración; ¿qué podría salir mal?— para compensar los confinamientos pandémicos, sobre los que, por cierto, cada vez existen más dudas.

Aunque los tipos asciendan ahora —quizás hasta provocar otra depresión, de la que tal vez estemos asistiendo a los primeros síntomas—, en cuanto la crisis se haga evidente, los bancos centrales correrán a bajar precipitadamente de nuevo los tipos para volver a incentivar el endeudamiento y generar un nuevo ciclo inflacionista, porque así es como se dirige la economía durante el último siglo, y especialmente desde Nixon —¡y hasta se enseña en las facultades como modelo óptimo! Bajando los tipos se fomenta el endeudamiento de los agentes, incrementando la cantidad de dinero en la economía y, en consecuencia, reduciendo su valor real. Es decir, ‘robando’ a los ahorradores. Por ello se ha afirmado (correctamente) que la inflación es un impuesto oculto. Y mientras, en cada euforia y en cada depresión, abundan las ocasiones de lucro para los insiders. El ‘negocio’ del siglo.

En conclusión, el ‘combate’ contra la inflación es otra gran mentira —‘la’ gran mentira, quizás—de este sistema inflacionario de planificación central creado para regocijo de los poderosos y ruina de los humildes.

 

Gabriel Le Senne
Abogado. Licenciado en Derecho, Administración y Dirección de Empresas por ICADE. Master en Asesoría Jurídica de Empresas por el IE. Es miembro y articulista del Centro Diego de Covarrubias, y autor del ensayo «Dios nos hizo libres».

 

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«PENSANDO EN VOZ ALTA» DE AVIZOR: GRANDES EMPESAS Y BATALLA CULTURAL

Desde finales del siglo pasado y en lo que va del presente siglo, la llamada batalla cultural no ha sido realmente una batalla librada por dos contendientes, ya que la ofensiva de la contracultura del nihilismo y del relativismo moral, no ha concitado la correspondiente contraofensiva de la cultura humanista de raíces judeocristianas, ausencia de respuesta que ha dejado expedito el camino para que esa contracultura se haya convertido en hegemónica. La hegemonía de esa contracultura poshumanista, que sustituye los derechos y libertades por el autoritarismo liberticida, constituye la plataforma sobre la que ha podido construirse un Estado elefantiásico, intervencionista e hiperregulador, que debilita las instituciones democráticas y la seguridad jurídica.

Ese proceso de concentración de poder ha acabado siendo un yugo para la actividad empresarial, que se ha visto crecientemente sometida a ese Estado omnipresente en la normativa y expoliador en lo fiscal. La gran empresa, que llegó a ser un poder fáctico en el pasado, se transformó en un poder económico independiente, lo que permitió su extraordinaria expansión internacional, pero con la hipertrofia del Estado, ha terminado como rehén del poder político, transformándose en una extensión del sector público, incurriendo en el grave riesgo de acabar siendo sector público puro y duro.

Esa acusada dependencia del poder político que padece la gran empresa es la consecuencia de su incomparecencia en la batalla cultural, que viene ganando la contracultura liberticida desde hace ya tres decenios. Lamentablemente, las múltiples iniciativas de la sociedad civil en defensa del sistema democrático, de sus instituciones de contrapeso y de control del poder político, así como del libre mercado, no han recibido el imprescindible soporte de la gran empresa, salvo escasas y honrosas excepciones.

Muy al contrario, en la mayoría de las grandes empresas ha primado el interés cortoplacista de su adaptación a ese medio hostil, incorporando a su gestión la perspectiva de género y el identitarismo “woke”, situándolo por encima de su interés primordial, en el medio y largo plazo, que es el de la preservación de un marco de derechos y libertades en el que la gran empresa pueda desarrollar de forma independiente, competitiva y plena, su destacada función de servicio a la sociedad.

 

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