EL SEMANAL DEL COVARRUBIAS – 13 DE JUNIO DE 2023 – BENJAMÍN SANTAMARÍA: CATOLICISMO, PROTESTANTISMO Y ECONOMÍA

 

 

I. CATOLICISMO, PROTESTANTISMO Y ECONOMÍA

 

Confusiones populares hay muchas, pero pocas tan rocambolescas como aquella que afirma que la defensa del comercio es algo propio del protestante y que, por extensión, el mundo católico se ha opuesto al intercambio de bienes.Estas ideas suelen derivar del famoso trabajo de Weber, traducido al inglés en 1930, titulado “La ética protestante y el espíritu del capitalismo», aunque hay muchos que las han difundido sin que exista, probablemente, una conexión con dicha obra. No obstante, el error weberiano se ha extendido de una forma exagerada y perdura aún a día de hoy.

Tanto es así que numerosos católicos han asumido las ideas que se oponen al sector empresarial simplemente por considerarlas como algo protestante. El relato que pinta al catolicismo como «enemigo del comercio» ha penetrado en los círculos católicos mas tradicionalistas, haciendo que el error se propague e impregne a los teóricos y a sus seguidores. El mercado se ha pintado como algo ajeno que tratan de imponer política o culturalmente los países con mayorías protestantes pese a que ha estado presente en el pensamiento de la Iglesia a lo largo de la historia.

Muchos han sido los que han puesto en duda el planteamiento de Weber así como las estadísticas que emplea (Cantoni, 2015), sin embargo, se puede realizar una crítica interna a la obra sin necesidad de acudir a otras fuentes. El autor afirma en dicha obra lo siguiente:

las minorías nacionales o religiosas que (en tanto que <<dominadas>>) tienen frente a sí a otro grupo (en tanto que <<dominador>>) suelen ser impulsadas por su exclusión voluntaria o involuntaria de las posiciones políticamente influyentes a la vía del trabajo en una medida especialmente fuerte; la experiencia de sus miembros más dotados intentan satisfacer en el trabajo la ambición que no puede encontrar utilización en el ámbito estatal (p. 99).

De esta manera muestra su extrañeza por la baja participación – siguiendo los datos que él mismo aporta y que son bastante cuestionables – de los católicos en el mundo laboral y empresarial. Es decir, la exclusión del poder político enviaría al católico hacia el sector privado pero, como esto no ocurre, la conclusión es que el católico se opone a dicho sector. No obstante, tan solo dos párrafos atrás dice lo siguiente:

los aprendices católicos muestran una inclinación más fuerte a permanecer en el artesanado, se convierten con más frecuencia en maestros artesanos, mientras que los aprendices protestantes acaban en una medida mayor en las fábricas, donde ocupan niveles superiores entre los trabajadores cualificados (pp. 98-99).

Y aquí es donde llega el problema. Si Weber admite la existencia de una exclusión en el sector público sufrida por el católico y, además, admite que el sector privado está dominado por los protestantes, ¿por qué no deducir que esa exclusión puede darse también el ámbito privado? – cabe recordar que no nos referimos a una exclusión voluntaria y discriminadora sino a una especie de estratificación social derivado de lo religioso–. El mismo fenómeno, por tanto, es plausible para ambos escenarios pero Weber solo admite la posibilidad de que pase en uno de ellos.

Con los años, además, nos hemos ido dando cuenta de que no existe relación entre prosperidad y protestantismo. De hecho, cuatro de los cinco países con mayor PIB por habitante del planeta, según datos del Banco Mundial, son tradicionalmente católicos (Mónaco, Liechtenstein, Luxemburgo e Irlanda) y el otro mantiene una población importante de estos. El lector podrá observar que los tres primeros son monarquías, lo cual también puede ser polémico para algunos.

Pues, pese a todo lo anterior, sorprende ver como algunos católicos insisten en comprar el discurso que relaciona el comercio o la prosperidad económica – solamente–  con el protestantismo. De hecho, al contrario de lo que afirma la confusión popular, el católico, incluso el tradicionalista, ha defendido siempre la importancia del sector privado. Para ejemplificarlo, veremos la opinión de dos autores que ningún católico puede despreciar: Álvaro d’Ors y el P. Leonardo Castellani.

Álvaro d’Ors (1990), en un conocido texto perteneciente a uno de sus discursos, se presenta a sí mismo como “anticapitalista” (p. 439). Esto ha servido para que muchos – sobre todo tradicionalistas– identifiquen el tradicionalismo católico como algo que debe oponerse al sector privado. En dicho discurso d’Ors ofrece una serie de premisas morales que deben limitar el mercado. Esto es algo que cualquier católico que esté a favor del comercio defiende sin miramientos. La economía tiene una serie de límites determinados por las normas morales. Ahora, hay que fijarse en lo que el autor comenta al final de la exposición:

Concluyendo: un buen orden moral es primario respecto a un eficaz orden económico, las premisas morales son antes que la eficacia de la Economía; es decir, la eficacia técnica de la producción debe subordinarse a premisas morales de las que yo he tratado de explicarles algunas. Y, en relación con esto, digo que los servicios públicos, aunque puedan ser encomendados a empresas privadas y sólo subsidiariamente los asuma el Estado, son prioritarios respecto a la ganancia de los particulares (p. 448).

Lo importante de esto es que d’Ors defiende la existencia de servicios públicos pero “encomendados a empresas privadas y sólo subsidiariamente” al Estado. Es decir, que pese a defender un modelo económico que a primera vista pueda chocar con lo que conocemos como libre mercado, su visión no es, bajo ningún concepto, ceder a los políticos el poder de ocuparse de los servicios. Y en una línea parecida se expresa el P. Leonardo Castellani – quien tampoco es nada sospechoso de ser liberal– en una homilía que podemos encontrar en Youtube:

Que hasta los gobiernos parece que no tienen que ocuparse de nada más que de la Economía, de la productividad. No hay ninguna otra cuestión que tratar. Siendo así que la única misión del poder político, es decir, de los gobernantes, son tres cosas: la justicia, la guerra y los caminos. Es lo único que tienen que hacer. No tienen que meterse a comerciantes, a la importación y exportación, regular los precios y todas las demás cosas esas. Son ajenas al menester del político y, por lo tanto, las hacen mal (min 3:21-4:16).

Y es que esa idea de que los gobernantes no deben meterse a comerciantes porque no es su función y, por lo tanto, acaban creando desastres, se deja vislumbrar entre las líneas de economistas católicos que, igual que los anteriores autores, no son sospechosos de liberales. Lo vemos en Schumacher (1983) – que es recomendado por muchos católicos que dicen oponerse al sector privado– quien hace afirmaciones muy parecidas a los planteamientos miseanos del problema del cálculo económico en el socialismo:

Hoy está de moda suponer que cualquier cifra acerca del futuro es mejor que nada. Para elaborar cifras acerca de lo desconocido, el método corriente es hacer una conjetura acerca de una cosa, hacer una “suposición” y de ella obtener una estimación por medio de un cálculo sofisticado. Dicha estimación se presenta como el resultado de un razonamiento científico, algo muy superior a un mero producto de la imaginación. Ésta es una práctica perniciosa que solo puede conducir a los más colosales errores de planificación porque ofrece una respuesta falaz donde, en realidad, lo que se necesita es una estimación empresarial (p. 128).

Es decir, desde el ámbito católico se ha defendido, con mayor o menor ímpetu, la importancia del sector privado, imprescindible para el buen funcionamiento de la Economía, y que la intervención del estado puramente económica – no por motivos de moral– en el comercio es nefasta. Y lo más importante, quién ha hecho estas cosas no es gente que provenga de un sector liberal de la Iglesia.

Por tanto, aquel que afirme que el católico debe de apoyar que el Estado absorba funciones que corresponden al empresariado, debe demostrar o argumentar las razones, y no dar por hecho o asumir que su posición es la natural, y que son los demás los que retuercen la filosofía católica para defender una economía de mercado.

 

Benjamín Santamaría
Graduado de Economía por la UNED, imparte charlas y cursos en institutos y organizaciones. Redactor en varios medios. Tiene una columna sobre historia del pensamiento económico en el Instituto Juan de Mariana. Cursa un Master de Pedagogía.

 

Bibliografía
-Banco Mundial, GDP per capita (current US$)
-Cantoni, D. (2015). The Economic Effects of the Protestant Reformation: Testing the Weber Hypothesis in the German Lands. Journal of the European Economic Association, 13(4), 561-598. https://doi.org/10.1111/jeea.12117
-d’Ors, Á. (1990). Premisas morales para un nuevo planteamiento de la economía. Revista chilena de derecho, 17
-Padre Castellani – No se puede servir a dos señores (sermón sobre el dinero y la cuestión social). (2011). [Vídeo]. YouTube. min 2:30 https://www.youtube.com/watch?v=XpJxcDAe8tI
-Schumacher, E. F. (1983). Lo pequeño es hermoso. Orbis
-Weber, M. (2020). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Akal

 

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II. LA LOZANÍA DEL MERCADO

 

El concepto de Universidad está cada vez más unido al concepto de maestro y, de hecho, las grandes universidades del mundo se reparten los maestros que en cada generación aparecen y sostienen el prestigio de los diversos centros del saber repartidos por el mundo entero, para beneficio de la sólida formación de las clases dirigentes y profesionales que sostienen y desarrollan la sociedad.

Precisamente Internet y las reuniones científicas en este mundo globalizado (donde el inglés se ha constituido en la lengua franca) en el que se vierten las luces que en cada campo de investigación se producen y enseguida aparecen explicitadas y argumentadas en las grandes revistas científicas y, posteriormente, en las monografías y, finalmente, en los manuales científicos o literarios.

La ventaja de internet es que ha hecho florecer más centros de investigación, publicaciones y foros, además de la Universidad, donde han brotado  y han nuevos sabios y maestros que estaban escondidos en lugares recónditos o en centros de lugares menos conocidos.

En cualquier caso, deseo comenzar estas líneas agradeciendo al Centro Diego de Covarrubias pues, en estos pocos años de contacto que llevo con ellos, desde que en el 2013 intervine en los actos conmemorativos del V Centenario del nacimiento de la inolvidable figura del obispo y presidente del Consejo de Castilla Diego de Covarrubias (1512-1577), me ha permitido conocer y profundizar más en la doctrina jurídica de este gran estadista y jurista y, asimismo, tratar a dos grandes maestros de la economía: Huerta de Soto y Vicente Boceta.

Precisamente Vicente Boceta tuvo el acierto de impulsar en el centro de Diego de Covarrubias una línea editorial de publicaciones con la aportación de unión editorial que merece la pena conocer y leer.

El último trabajo de esa colección, es obra del catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Rodríguez Braun (Buenos Aires 1948), y versa sobre el mercado y el Estado, una obra de un gran interés y actualidad, donde se aportan muchas ideas teóricas y prácticas sobre las que deseo detenerme en las siguientes líneas.

Como todos los tratados de ciencias humanas, jurídicas y sociales, nuestro autor comenzará por la plantear la definición:

“El mercado es el conjunto de relaciones que mantienen los seres humanos entre sí y que se concretan en las transacciones que llevamos a cabo para satisfacer nuestras necesidades”.

Seguidamente, añadirá algo que procede de la ética aristotélica y pertenece al común saber de la cultura occidental; las reglas básicas del mercado:

“las del Estado de derecho, la igualdad ante la ley, la justicia y el cumplimiento de los contratos, la libertad de comercio, la limitación del poder político y la defensa de los derechos humanos, en especial la seguridad personal y la propiedad privada” (21).

En primer lugar, el profesor Carlos Rodríguez Braun, se detendrá a elogiar el libre mercado y, por tanto, los grandes beneficios que ha aportado a la sociedad a lo largo de la historia, pues significa libertad, progreso y responsabilidad, virtudes capitales para la maduración de la persona y de la familia.

Estas palabras me han recordado las consideraciones de Francisco de Vitoria (1483-1546) sobre la importancia de los mercados y los mercaderes, pues con ello los hombres pueden desarrollar su familia y la sociedad.

Vitoria fundamentaba su visión antropológica en una concepción optimista de la condición de la naturaleza humana después del pecado original, por ejemplo, mantenía el derecho al dominio de las cosas propias de modo análogo a como lo hace Dios, como “imago Dei”, que refleja la perenne teología de santo Tomás: la gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone, la sana y la eleva (Suma Teológica, I, q. 1, a. 8, ad2).

Precisamente, al gozar de una paz en Europa de más de un siglo, en el que la mayoría de los ciudadanos de las naciones europeas pudieron dedicarse de lleno al campo, a la industria, a la cultura y a la mercaduría; el desarrollo económico encumbró a numerosas familias a posiciones centrales de la vida social. En consecuencia, la economía europea a lo largo del siglo XVI irá alcanzando amplios niveles de globalidad, pues en ella participaban activamente cada vez más mercaderes, bien por estar emparentados con los castellanos de América o bien por ser requeridos al efecto.

La globalización económica del siglo XVI, cuyo epicentro estaba en Europa se veía con total normalidad, pues como afirmaba el profesor Cendejas “Vitoria mantiene una concepción orgánica de la sociedad basada en la integración de las dos comunidades naturales -familiar y política- que extiende a una tercera, también natural, que engloba todo el orbe y a la que cabe atribuir un bien común universal. En el seno de esta comunidad, y como consecuencia de la naturalidad sociabilidad humana, se reconoce, no se acuerda, como derecho de gentes, la libre comunicación de personas y de bienes, así como el dominio que tienen los pueblos para gobernarse y administrar sus bienes” (Francisco de Vitoria sobre justicia, economía y dominio, Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2020 p. 132).

Como afirmaba Bartolomé de Albornoz, discípulo de Vitoria, en su tratado sobre el Arte de los contratos publicado en Valencia en 1573, al hablar de mercaderes “tratar y caminar de una parte por otra, llevando las mercaderías adonde faltan y sacándolas de donde sobran” y un poco más adelante: “Este oficio de mercader y trato de la mercaduría es el que sustenta al mundo y el que da noticias de las unas partes a las otras.
Los que dicen que es peligroso al alma no tienen razón, y mucho menos los que dicen que no es honroso” (tit, 3, fol. 128r).

Estas mismas ideas son las que el profesor Rodríguez Braun aportará en sus trabajos: grandes y pequeñas lecciones de sentido común basadas indudablemente en el concepto de dignidad de la persona humana y de justicia que imperaron en los mercados durante siglos. Precisamente, Rodríguez Braun como Francisco de Vitoria abogan por la recuperación del concepto del común sentir de los cristianos honrados para el valor de las cosas, de los precios y transacciones.

 

José Carlos Martín de la Hoz
Miembro de la Academia de Historia Eclesiástica. Asesor de la Conferencia Episcopal Española.

 

Carlos Rodríguez BraunEstado contra mercado, colección cristianismo y economía de mercado, Unión editorial y Centro Diego de Covarrubias, Madrid 2023, 128 pp.

 

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