¿Y EUROPA AHORA? – MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ ROLLAND

EL SEMANAL DEL COVARRUBIAS DEL 18 DE JUNIO DE 2024

Hoy compartimos en nuestro Semanal este fantástico artículo de Miguel Ángel Martínez Rolland sobre Europa tras las elecciones.

¿Y EUROPA AHORA?

Senatus PopulusQue Romanus. SPQR. El Senado y el Pueblo de Roma. Esa era la divisa de Roma, que condensaba el espíritu de su República: la alianza entre la nobleza y el pueblo, así como el equilibrio de poder entre los dos. Y Europa, heredera de Roma y de la civilización cristiana, acaba de registrar la voz del pueblo en unas elecciones.

La comparación entre los dilemas a que se enfrentó Roma y la Unión Europea puede ilustrar un análisis desde la perspectiva de la libertad. El senado reunía a los principales nobles, con sus propios intereses pero dedicados a la política y, en parte, al servicio al Estado, herederos de las tradiciones y conocedores del arte del gobierno. En su espíritu estaba el rechazo a un monarca como manera de evitar la tiranía. El poder se repartía y se alternaba para evitar su abuso. Por su parte, el pueblo consiguió poder elegir a unos representantes, los tribunos de la plebe, que podían vetar las leyes del senado. De esta forma, se creó una manera de frenar los excesos de los poderosos, y de intentar que el gobierno no beneficiara solamente a la aristocracia. Roma ascendió y creó su grandeza bajo este equilibrio, nunca fácil y con muchas disputas. Pero se sostuvo y mantuvo su prestigio hasta las larguísimas guerras civiles que condujeron al Imperio.

Cicerón sostenía que los guardianes de las libertades estaban principalmente en el senado. La protección de la propiedad y el respeto del derecho eran ideas que poseían los cultos, y el pueblo tenía la recurrente tentación de confiscar propiedades y exigir dádivas. Por otra parte, las revoluciones liberales modernas se apoyaron en la burguesía y en las clases populares.[1] En este sentido, tradicionalmente, la UE ha sido un proyecto que podríamos asociar más a un senado, a cierta tecnocracia, que al pueblo. Fueron los intelectuales padres de Europa los que construyeron un proyecto tecnocrático gradual, basado en libertades y en buscar la unión como manera de sumar fuerzas y garantizar la paz. Pero con anclas y frenos, como la subsidiariedad: solamente se ponía en común aquello que fuera necesario. El poder se repartía, y primaba el poder local. Las instituciones comunes ni podían ni debían aspirar a tener mucho poder porque no contaban con la misma legitimidad que los gobiernos elegidos por el pueblo.

Los resultados hasta los años 70 fueron muy buenos, mucho mejores que en el Reino Unido, que decaía, perdía su Imperio, sufría problemas financieros crónicos y pasaba a ser un país europeo más. De los 80 a la década de 2000, las normas comunes, aunque siempre imperfectas, anclaron la construcción de un mercado abierto y la libre circulación de las personas y sus capitales, con una moneda común que aspiraba a la solidez y ortodoxia del marco alemán. El prestigio de la tecnocracia aumentó, y los pueblos esencialmente apoyaron el proyecto europeo, con objeciones puntuales como en los referéndums para aprobar tratados que cada vez conferían más poder a la Unión, poco populares. Los partidos anteriormente llamados populistas, principalmente del entorno comunista o el socialista más duro, y algunos nacionalistas, tradicionalmente objetaban principalmente a la disciplina fiscal y a la concepción de una economía esencialmente liberal que permeaba a la Unión Europea.

Pero la última década ha visto una metamorfosis del proyecto europeo, y en particular el último quinquenio ha reflejado excesos graves de una tecnocracia con valores y objetivos muy distintos de los fundacionales, alejándose rápidamente de los principios de la libertadLos conceptos mismos de moderación o extremismo, centrismo o populismo, se han invertido o desvirtuado. ¿Fue algo moderado que los niños no pudieran salir de sus casas durante tres meses mientras los dueños de perros podían pasear? ¿No fue extremo que en muchas partes de Europa se cerraran los colegios durante dos años? ¿Es popular establecer peajes para entrar en el centro de las ciudades excluyendo a los coches baratos? ¿Es centrista financiar con importantes armas y grandes sumas al contendiente en una guerra a las puertas de Europa apartando todo esfuerzo de una diplomacia realista?

En este contexto, los resultados de las elecciones europeas, con una participación global del 50,8%, modesta y en línea con las de 2019, han tenido mayor impacto que en otras ocasiones. La tendencia refleja un creciente voto de protesta, pese a que los dos mayores partidos, el popular y el socialista europeo, mantienen su representación.

Así, los resultados en Europa han provocado una crisis inmediata en el gobierno de uno de los dos cónsules de Europa, que es Francia, que ha convocado elecciones legislativas, y el grave debilitamiento del gobierno nacional del otro cónsul, Alemania. En la UE actual, la influencia de Alemania y Francia sigue siendo determinante, y por ello resulta particularmente interesante que la CDU, los populares alemanes del interesante Friedrich Merz, haya hecho abierta campaña para revertir medidas ecologistas que ya se ven como impopulares. El éxito de la CDU, que ha conseguido recuperar ampliamente el puesto de primer partido frente a los socialistas, parece ser de Merz, y no de von der Leyen. En las elecciones europeas se sigue votando sobre todo en clave nacional, y no tanto europea. Es algo que reflejan los resultados en España, con menor participación, y un cierto castigo al gobierno.

En escaños, el resultado más importante ha sido el desplome del grupo Renew, un grupo que ha expurgado el liberalismo tanto de su nombre (antes era la Alianza de Liberales y Demócratas Europeos, ALDE) como de sus principios, y ha recibido un fuerte castigo, centrado en particular en Francia. En su programa, las únicas libertades por las que han mostrado preocupación militante son por el aborto y el cambio de sexo, que no son precisamente las que ha defendido la tradición de libertad de Tácito, las Cortes de León, la Magna Carta, Mariana o Montesquieu. De hecho, son prácticas que chocan con el cristianismo, la libertad religiosa y la moral tradicional. ¿Y respecto a cuestiones de actualidad como la protección de la intimidad y del derecho a no ser coaccionados para recibir tratamientos médicos? ¿Libertad de elegir medios de transporte y entrar en las ciudades? ¿Libertad de expresión en el entorno digital sin temor a un castigo civil? Macron ha simbolizado el atropello y el desprecio a esas libertades. Las proclamas verdes o belicistas de Macron tampoco han parecido entusiasmar al votante francés, el pueblo, pese a contar con importante apoyo de las élites intelectuales y de la clase política, del senado. Y la principal preocupación popular es la inmigración de masas, cuyo profundo impacto impulsa el ascenso de Le Pen en Francia. Idéntica preocupación ha impulsado un fuerte ascenso de otras formaciones de derecha alternativa o nacionalista en el grupo Identidad y Democracia.

Wolfgang Münchau en Eurointelligence, un representante de lo que podríamos llamar la tecnocracia, reconoce que otro de los principales mensajes de estas elecciones es la fuerte impopularidad del proyecto verde, sobre todo en Alemania, el país que más lo ha sufrido. Los Verdes han caído en escaños casi tanto como el grupo Renew, desplomándose en Alemania, algo que el mismo Friedrich Merz ha destacado como lo más importante de estas elecciones.

Ahora el escenario más probable es que se renueve una coalición de los partidos que han sido senatoriales en la práctica (el Popular, Socialista y Renew[2]), con los Verdes menos integrados en el núcleo como principal novedad, que sería positiva. Es una coalición teóricamente entre opuestos, y supuestamente debería ser difícil de acordar, pero en la práctica han actuado de forma sorprendentemente coordinada y homogénea, casi monolítica en estos cinco años de proliferación legislativa. La coalición podría ser menos dura y más constructiva con, al menos, el grupo de derecha conservadora ECR, que ha obtenido muy buenos resultados en Italia. Esta gran coalición ha diluido las diferencias ideológicas entre los grupos en los aspectos de mayor actualidad, lo que impulsa el voto a otros partidos, principalmente a su derecha, un espacio ahora muy amplio. Esperemos que en este caso, los cambios en el voto del pueblo europeo permitan moderar los excesos de poder y la dureza intervencionista del senado europeo de los últimos cinco años.

 

Miguel Ángel Martínez Rolland
Licenciado en Administración y Dirección de Empresas, es Técnico Comercial y Economista del Estado. Su trayectoria se ha centrado en la economía internacional dentro del Tesoro y la Dirección General de Financiación Internacional en el Ministerio de Economía. Ha sido profesor de economía financiera.

 


[1] Curiosamente, las revoluciones comunistas se han llevado a cabo por grupos muy minoritarios pero muy organizados, nunca han sido movimientos populares en sentido amplio -como sí lo han sido la democracia cristiana o la socialdemocracia, que han combinado también elementos senatoriales con populares.
[2] Puede argüirse que los dos primeros son partidos populares, como indica tanto su nombre como su vocación. También por su nivel de apoyo, pues siguen siendo los partidos más votados en agregado, aunque no suman mayoría. Todos los partidos tienen un componente elitista-senatorial y otro popular, y aquí los podemos considerar más senatoriales puesto que la tecnocracia establecida está formada por sus representantes, y aprovechan la inercia de ser partidos históricos. No han sido tampoco los partidos más votados en Francia e Italia, algo particularmente significativo.

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