
En la primavera de 1808, el pueblo español se vio de pronto arrojado a una situación límite. La Corona había sido humillada, el rey Fernando VII estaba retenido por Napoleón y el gobierno legítimo había sido sustituido por una trama de imposiciones extranjeras que culminaban en la designación de José Bonaparte como rey. Pero más allá de la crisis política, lo que el pueblo sintió fue una amenaza más profunda: la disolución de su ethos, de su forma de vivir, de creer, de transmitir lo que consideraba sagrado.LEER ARTÍCULO COMPLETO









