LA CARTA DE LOS MARTES – 27 DE JULIO DE 2021

LA CARTA DE LOS MARTES – 27 DE JULIO DE 2021

En nombre de Dios Todopoderoso

La Carta de los Martes del 27 de julio de 2021

Queridos amigos:

El 27 de julio de 1921, los científicos Frederick Grant Banting y Charles Best aislaron la hormona llamada insulina[1], segregada por el páncreas[2]. Fue un descubrimiento[3]  capital, que ha permitido mejorar las condiciones de vida de centenares de millones de personas en todo el mundo.

Desde finales del Siglo XIX, los investigadores se habían percatado de la relación entre el páncreas y la diabetes[4]. Se aventuraba que la enfermedad estaba causada por una carencia de una hormona segregada por los islotes de Langerhans situados en el páncreas. Muchos investigadores se preguntaban cómo obtener la hormona que pudiera contrarrestar los efectos de la diabetes.

Banting nació en Ontario, Canadá, en noviembre de 1891. Estudió en la Universidad de Toronto, donde se graduó en 1916. Se integró en el Canadian Army Medical Corps y participó como médico militar en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido en la batalla de Cambrai.

Fue ayudante de fisiología en la Universidad de Ontario Occidental y desde 1921, profesor en la Universidad de Toronto. Allí mismo se puso en contacto con J.J.R. Macleod, profesor de fisiología. Cuando éste intuyó el alcance del proyecto de investigación sobre la insulina que lideraba Banting, le prestó el laboratorio e incrementó la financiación disponible hasta que Banting, Charles Best[5] y el químico James B. Collip lograron identificar la insulina y verificar sus propiedades en ensayos su laboratorio.

En agosto de 1921 administraron la insulina obtenida de los islotes de Langerhans a perros diabéticos. Sus niveles de azúcar en sangre y orina descendieron y los síntomas típicos de la enfermedad desaparecieron. Repitieron los experimentos con resultados variables, dependientes de la calidad de la insulina utilizada. Ahí entró en liza Collip, quien la purificó de manera consistente y estable.

Pocas semanas después aplicaron la insulina a un joven diabético de catorce años, que mejoró extraordinariamente. Banting y Best detallaron la técnica aplicada en un artículo que se publicó en el Journal of Laboratory and Clinical Medicine en 1921-22. Asimismo, Banting, Best y Macleod prepararon una comunicación titulada «The internal secretion of the pancreas» (La secreción interna del páncreas), que se dio a conocer en la reunión de la American Physiological Society, de 1921.

Por último, en 1922 se publicó un último artículo «Pancreatic extracts in the treatment of diabetes mellitus» (Extractos pancreáticos en el tratamiento de diabetes mellitus), publicado en 1922 en el Canadian Medical Association Journal. La insulina es una alternativa segura, efectiva, bien tolerada y aceptada para controlar a largo plazo las diabetes tipo 1 y tipo 2, incluso desde el primer día del tratamiento.

Banting obtuvo el doctorado en 1922. En 1930, el Parlamento canadiense le concedió una ayuda para la instalación de un laboratorio de investigación (el Banting Institute) y la Universidad de Toronto creó una cátedra con su nombre. Allí trabajó en distintas líneas. Fue nombrado médico honorario del Hospital General de Toronto, del Hospital para niños enfermos y del Toronto Western Hospital. Obtuvo asimismo la licenciatura en Derecho por Queens y el título de Ciencias por Toronto. Además, recibió homenajes y honores de distintas sociedades científicas canadienses y extranjeras.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial actuó como enlace entre los servicios médicos británicos y estadounidenses. Durante un tiempo fue mayor del Cuerpo Médico y jefe de la sección médica del Consejo Nacional de Investigaciones de Canadá. Murió en febrero de 1941 en un accidente aéreo.

Charles Herbert Best nació en los EEUU (Maine) en 1899. Hijo de padres canadienses, Best estudió fisiología y bioquímica en la Universidad de Toronto. Realizó trabajos como pasante con el grupo de investigación de Frederick Banting sobre el funcionamiento del páncreas. Cuando Banting recibió el Premio Nobel de Medicina de 1923 por el descubrimiento de la insulina, compartió con Best la mitad del premio en reconocimiento a su participación.

Best se postdoctoró en Inglaterra. Cuando Macleod se retiró de la cátedra de fisiología de la Universidad de Toronto, Best fue designado en el puesto (en 1929). En 1941 fue nombrado director de su departamento de investigación médica, que recibió el nombre de Banting and Best.

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La noticia de esta semana es un artículo aparecido recientemente en Libertad Digital, firmado por Diego Barceló Larrán. Su título es La «compra local» o cómo pegarnos un tiro en el pie. Se supone que defiende la teoría del libre comercio.

Es inequívoco que el libre comercio incrementa la riqueza de las naciones que lo acogen a él. Está ampliamente demostrado y la historia de la Humanidad lo pone de relieve una y otra vez. Es algo axiomático en sí mismo, pero está sujeto a condicionantes. Uno de ellos es la homogeneidad de las normas que lo regulan. Otro es el cumplimiento de estas normas por parte todos los agentes intervinientes. Otro es la vigilancia de ese cumplimiento. Otro es el castigo de los incumplimientos con la dureza suficiente como para que sea disuasoria. En resumen, el campo de juego debe estar nivelado, los jugadores deben respetarse y el árbitro debe ser incorruptible y severo.

Este es el marco teórico en el que nos movemos. La vulgarización de los conceptos utilizados suele ser deletérea, sobre todo porque induce a error. Y el artículo de referencia es precisamente eso, una vulgarización y simplificación tan burda que no pasa desapercibida. Comete varios errores.

El primero es personalizar los problemas. Nos da lo mismo si las afirmaciones las hace Arnold Schwarzenegger o el Sursum Corda[6]. No se puede seriamente defender hipótesis de trabajo con argumentaciones ad hominem.

El segundo es de carácter normativo: uno, un cualquiera, puede decir que se consuman productos locales sin ser tachado de enemigo del comercio. En general, el problema reside en que ese uno no sea un cualquiera sino el ministro de Consumo, lo que puede augurar regulaciones restrictivas. Ese es el problema. Y si ese uno es Alberto Garzón, ministro mindundi e iletrado donde los haya, vamos mal. Pero decir que se consuman productos locales NO ES una manifestación proteccionista en sí misma. Es una opinión benevolente pero técnicamente errada. No tiene fuerza de obligar. Busca otros objetivos, discutibles[7], pero no pasa de ahí.

Claro que el libre comercio genera riqueza para todos, pero ese no es el problema de un político en activo o del pasado, sea Mister Universo o el tonto de la esquina. No es proponiendo consumir artículos de la zona como se obstaculiza el comercio internacional sino trabando éste vía aranceles, cuotas o barreras técnicas. No desviemos el problema.
Claro que el que comercia no guerrea. Claro que los que comercian libremente y en pie de igualdad ganan, ambos, a medio y largo plazo, aunque puedan surgir problemas sectoriales a corto plazo.

El problema es cuando se confunde una sugerencia con una norma. En buena medida, la Segunda Guerra Mundial se incubó al socaire del proteccionismo imperante. Pero por favor, no banalicemos el problema afirmando que sugerir la compra local va a convertir nuestros supermercados “en tiendas como las venezolanas o cubanas, donde falta de todo”. La divulgación es una cosa muy seria y las exageraciones son siempre mal recibidas por mal venidas.

La siguiente frase del artículo es textual: “Por ejemplo, en España no se podrían consumir vinos chilenos, ni merluza argentina, ni coco de Costa del (sic) Marfil, ni cacao, ni café, ni té. Llevado a un extremo, el «compra local» privaría a España del gas y el petróleo con el que cada día se genera gran parte de la electricidad con la que se mueven nuestras fábricas y nuestros hogares”.

Uno podría pensar que no se puede desbarrar más, pero sí: uno puede mezclar el medio ambiente, la libertad, las sugerencias de consumo local, la reducción del consumo de carne y el comunismo en un totum revolutum sin que se le mueva una ceja. Vale que lo diga Schwarzenegger, que no es conocido por sus capacidades intelectuales ni su autocontrol, pero que lo hagan relevantes publicistas es preocupante.

Y ustedes acaso se pregunten; si el artículo es tan desorientador, ¿por qué aparece en la Carta de los martes? La respuesta es que aparece como vacuna. Como vacuna esterilizante. Por eso lo traigo.

Y otro día hablaremos de consumo, producción, despoblación, injusticia y la OMC. Sobre todo, de la OMC, que es el capo di tutti capi, aunque esté muerto y no lo sepa.

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La frase de hoy está atribuida a Winston Churchill, pero no parece que la pronunciara nunca. Se sabe con certeza que un senador estadounidense, Huey Long, digo algo parecido en 1937 («Cuando el fascismo llegue a América será llamado antifacismo»).

La frase es premonitoria. Piénsese que es añeja, precisamente de mediados del Siglo XX, época en la que el fascismo (y los totalitarismos socialistas) desencadenaron el infierno bélico en la tierra: “Los fascistas del futuro se llamarán antifascistas”. Bingo, oiga. No sólo es que estén aquí, en el presente, entre nosotros; es que estamos rodeados de ellos. Son los socialistas.

Me despido deseándoles un buen verano, que solemos hacer coincidir con agosto. Nos seguimos viendo en septiembre, si Dios quiere.

Un cordial saludo

José-Ramón Ferrandis
Director
CDC


[1] La insulina (del latín insula, es decir, «isla») es una hormona polipeptídica formada por 51 aminoácidos, ​ producida y secretada por las células beta de los islotes de Langerhans del páncreasSchafer la denominó «insulina». Se suponía que ejercía un control directo sobre el metabolismo del azúcar. Su ausencia provoca un incremento grave del azúcar en sangre y en orina. Los islotes de Langerhans (en honor al patólogo alemán que los describió) consisten en cúmulos de células secretoras de hormonas. Existen diversos tipos de células en los islotes cada una de las cuales produce una hormona diferente. Y por supuesto, todo esto se ha generado por azar, a ver qué se han pensado ustedes.
[2] El páncreas (del griego πάνκρεας) es un órgano del aparato digestivo y del sistema endocrino de los animales vertebrados. En los seres humanos se halla en la cavidad abdominal, detrás del estómago.
Es una glándula exocrina y endocrina. Como endocrina tiene la función de secretar al torrente sanguíneo varias hormonas importantes: glucagón (células alfa), insulina (células beta), polipéptido pancreático (células PP), somatostatina (células delta) y grelina (células épsilon).
[3]  Este descubrimiento le valió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1923 , compartido con John James Richard Macleod. Recibió el premio con sólo 32 años, la menor edad de cualquier laureado con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en toda la historia de estos galardones.
[4]La función del páncreas en la diabetes se conoce desde al menos 1889. La diabetes mellitus se refiere a la forma en que el cuerpo utiliza la glucosa sanguínea. La glucosa es vital porque constituye una importante fuente de energía para las células de los músculos y tejidos. Es asimismo la principal fuente de combustible del cerebro. La diabetes puede provocar un exceso de glucosa en la sangre. Si el nivel es muy alto, puede desencadenar graves problemas de salud.
[5] Charles Best todavía era estudiante de medicina a la sazón.
[6] Que, como sabemos, significa ¡Arriba los corazones! y no es una persona sino una expresión. Si prefieren poner en su lugar Archipámpano de las Indias, pueden hacerlo: ambas expresiones sirven igualmente al fin propuesto.
[7] El asunto de la “solución climática” es una inmensa gilipollez, pero esa es otra historia.
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