EL SEMANAL DEL COVARRUBIAS DEL 03 DE SEPTIEMBRE DEL 2024

La socialdemocracia, un concepto capciosamente tautológico, no se corresponde ni con la democracia ni con lo social. La esencia de la democracia radica en el axioma de que la soberanía reside en el pueblo y en que se rige por el mandato representativo. La socialdemocracia se entronca en el ideario socialista, que conlleva un estatalismo de mandato imperativo, aplicado en distintos grados, que generalmente ha superado el escrutinio de las urnas y que está sustentado culturalmente por el pensamiento progre. En democracia, la soberanía reside en los ciudadanos, el “demos” y no en el Estado, el actual “aristos”, como ocurre en la socialdemocracia.

En cuanto a lo social, la propuesta socialdemócrata propugna un conjunto de bienes sociales, que pueden llegar a ser de común aceptación, pero aplica un método, la estatalización de la sociedad que, precisamente, hace imposible el alcanzar esos fines. La democracia requiere la plena asunción del principio de subsidiariedad, que exige conferir, en la medida de lo posible, la toma de decisiones directamente a los ciudadanos o a sus instituciones más próximas, exactamente lo contrario a la hiperregulación y el intervencionismo que practica la socialdemocracia.

El bien común, entendido como “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección”, exige que los derechos y libertades individuales, así como la responsabilidad de su ejercicio, sean inherentes a la persona, ergo indelegables en el Estado, lo que resulta incompatible con el estatalismo de la socialdemocracia. El ya anacrónico espejismo socialdemócrata conserva un cierto atractivo por su eterna promesa de una Arcadia feliz – no tendrás nada y serás feliz – patrocinada por un Estado omnipresente y manirroto que, indefectiblemente, casi cumple lo de “no tendrás nada” e incumple lo de “serás feliz”.

La ideología socialdemócrata ha demostrado, allá donde ha imperado, ser constitutivamente antisocial por construir un sistema político y económico esencialmente intervencionista, que menoscaba los derechos y las libertades individuales en aras de un dirigismo planificador y excluyente que tiende a sustituir personas por colectivos. Ese regresivo rechazo a la libertad de elección como concepto indivisible y la generación parlamentaria de pretendidas libertades de acción otorgadas a colectivos predeterminados, unidos a la hegemonía cultural del materialismo nihilista, provocan la inexorable deriva de la socialdemocracia hacia un autoritarismo de facto que provoca la extensión de la indigencia moral y de la penuria material en la sociedad a la que somete.

Lamentablemente, el ideario socialdemócrata ha sido asumido por la mayor parte del espectro político europeo y ha revalidado su mayoría en las elecciones europeas del pasado nueve de junio. Esa mayoría política se sustenta en extensas redes clientelares subvencionadas por unos impuestos confiscatorios y una deuda pública gigantesca, lo que se traduce en un Estado hipertrófico y en una estructura económico-social insostenible que lleva implícito su abrupto final. La función del Estado es estar al lado del ciudadano para reforzarlo y no encima para debilitarlo.

La socialdemocracia, una ideología ontológicamente liberticida y colectivista, que se oculta tras el señuelo progresista, siempre acaba provocando la imparable decadencia de la sociedad a la que mantiene oprimida.

Avizor
Septiembre 2024

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